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Girardot, entre la liebre y la tortuga

Diciembre es una buena época para echarle un vistazo a la manera cómo los pueblos vecinos a Girardot, específicamente Ricaurte y Melgar, han entendido que la industria del turismo no es productiva si no se planea, organiza y ejecuta todo un andamiaje que la ponga a funcionar para engrosar los ingresos de sus economías.
Girardot hace muchos, pero muchos años que se durmió en sus laureles. Laureles que hoy se encuentran marchitos y deshojados por quedarse viviendo del grandioso pasado, de la opulenta sociedad, de la jactancia citadina, de la inmemorial historia que no ha servido para dinamizar la economía de la casi ciudad alrededor del único espejismo que sirve de pretexto, pero al que no le imprimen dinero, ni trabajo, ni innovación: el turismo.
Empecemos hablando de Melgar y su reciente certificación internacional de turismo sostenible. Más allá de lo que pueda alcanzar a través del tiempo, el segundo propósito ha culminado; el primero fue trabajar para lograr la certificación. Lo tercero será, entonces, demostrar lo que han podido construir alrededor de su nuevo estatus y cómo se refleja en el Producto Interno Bruto del Municipio. Continuar innovando para crecer y posicionarse como uno de los destinos más importantes del centro del país, será el cuarto paso.
La intención de implementar en el 2022 una herramienta como el SITUR (Sistema de Información Turística), que les proporcione información estadística veraz sobre el comportamiento turístico denota el interés por invertir en su negocio, la industria sin chimeneas.
De Ricaurte se ha dicho poco, si se tienen en cuenta los alcances que viene demostrando desde hace más de quince o veinte años. De un momento a otro, como por un chasquido de dedos, los potreros y matorrales que sobresalían a lado y lado de la vía Bogotá-Girardot comenzaron a desaparecer. Y en cambio llegaron grúas y millones de millones de pesos, para construir y levantar miles de unidades de vivienda, que según el diario El Espectador en su página digital del 4 de noviembre de 2017, «[…] entre enero de 2008 y marzo de 2017 se entregaron 1.867 licencias de construcción para uso de vivienda urbana y rural». Lo que terminó en «[…] la construcción de cerca de 12.000 nuevas unidades de vivienda […]». Los números son dicientes.
Esta vocación turística que Ricaurte inició permitiendo la entrada de decenas de constructoras, hoy se ve reflejada y confirmada por una importante oferta de servicios que, sin temor a equivocaciones, en poco tiempo cautivará a su población flotante, ganándole a Girardot un nicho importantísimo para su economía.
Un ejemplo es la oferta gastronómica. Visitar Ricaurte un fin de semana, o en temporada de vacaciones, permite descubrir un abanico de restaurantes y fuentes de soda con un alto nivel en la calidad del servicio y su producto. La variedad, la comodidad, el buen gusto en la decoración y un producto exquisitamente terminado, hacen olvidar de inmediato al visitante que la Ciudad sin las Acacias se encuentra a diez minutos de camino sin trancones. Porque de lo contrario podrían ser 45 o 60 minutos de larga espera.
Había que verlo la Noche de las Velas. Más de mil personas caminando las calles iluminadas, los parques (el del centro y el de la antigua iglesia), admirando el trabajo realizado con los faroles y disfrutando de actividades artísticas que dieron un valor agregado y necesario para el fortalecimiento de la cultura. Habla muy bien de un pueblo, corregimiento, vereda o ciudad, que la cultura se integre sin ningún esfuerzo a la dinámica del territorio, demostrando sensibilidad de sus gobernantes y educación y oportunidades para sus habitantes.
Hablar de Girardot luego de la abreviada radiografía de Melgar, en el departamento del Tolima con 36 536 habitantes, o del municipio cundinamarqués de Ricaurte, con 12 881 habitantes, no es fácil desde el punto de las comparaciones.
Girardot, con 101 018 personas que lo habitan, se ha venido rezagando de una manera preocupante si desde el punto de vista turístico se analiza, que es entonces hablar de su economía. Ya se ha mencionado hasta la saciedad la miseria que es su malla vial, los niveles de inseguridad, el abandono del medioambiente, todo se ha dicho al respecto.
Pero ha sido corto el análisis sobre la oferta gastronómica, que no se puede comparar, proporcionalmente, con la que ofrece Ricaurte o Villa de Leyva en Boyacá. (Como dato curioso, ayer miércoles (22.12.21) a las ocho de la noche, en pleno diciembre, varios negocios habían cerrado).
Después de Girardot, hasta llegar al puente peatonal de Ricaurte, hay cualquier cantidad de opciones gastronómicas que marcan diferencia, por la variedad y servicio, con lo que ofrece la casi ciudad.
Para los incrédulos cabe una pregunta sobre este tópico: ¿por qué el inversionista, el emprendedor, prefiere a Ricaurte y no a Girardot? ¿Si tiene menos población y supuestamente menos tradición turística?
Hablar del ornato, el orden y el aseo, es otro tema que parece a nadie le compete ni interesa en la casi ciudad. Los contenedores rodantes que ha colocado Ser Ambiental por todo el pueblo, sobre los andenes, las vías, los separadores, casi siempre repletos de basura hasta el piso, les hacen coro a la cantidad de bolsas plásticas tiradas en cada esquina, sea el barrio Las Quintas, La Colina, el Parque de la Juventud, o el «prestigioso» sector del Estadio, que va hasta donde inicia la vereda Agua Blanca, en donde los escombros, muebles viejos y ramas secas de árboles podados han invadido sin consideración un sector que se consideraba exclusivo de la casi ciudad.
En movilidad nadie se ha preguntado, que, si Ricaurte tiene aproximadamente 12 000 nuevas unidades de vivienda, ¿qué tan suficientes pueden ser las vías de Girardot para recibir a todos estos visitantes?
Las glorietas que han construido como solución al problema de movilidad no lo han sido. Basta con observar en puentes festivos la de la avenida Bavaria, enfrente al Sena, para evidenciar que no fue la solución al problema de la congestión vehicular.
No se advierte ninguna reacción que invite a pensar en una sinergia entre todos los estamentos públicos y privados, en donde la academia tiene un gran peso y una gran responsabilidad, y en esto insisto. Hay pregrados en Administración Turística y Hotelera, Administración de Empresas, Administración Ambiental, Ingeniería Civil, Ingeniería Ambiental, Tecnología en Gestión Turística y Hotelera, temas todos que tienen que ver con los problemas de Girardot. Pero no coinciden ni con las necesidades urgentes de la casi ciudad, ni con los propósitos de los alcaldes, que por los resultados mostrados parece que no existen.
Los indicios y las tendencias hacen pensar que después de que Girardot lo ha tenido todo para liderar una oferta exclusiva en turismo, con bastantes atractivos y sitios turísticos que fueron perdiendo fuerza e identidad, puede estar sentenciada a ocupar el tercer escalón en importancia en este sector de la región. Sin mirar hacia la vía a Tocaima en donde Anapoima, sin ser un dechado de virtudes, sí tiene también la delantera frente a Girardot desde lo cultural y el respeto al espacio público, incluido el control del ruido.
Se puede seguir creyendo que la historia es suficiente. Pero de continuar así, la historia también servirá para recordar a las generaciones futuras que, por un letargo infinito sobre los laureles, Girardot pasó de tortuga a liebre, como escrito por Esopo.
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