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¿Soy cómplice o silente testigo?

¿Soy cómplice o silente testigo?

Inquieta el maltrato que padecen tantas mujeres, niñas y niños en nuestro país cada día. De ahí surge esta pregunta ya que compartimos este escenario con víctimas y victimarios y creo necesario precisar el papel que cumple cada uno de nosotros desde nuestro lugar en la sociedad, para enderezar y corregir el curso desviado que nos ubica entre los 10 países más violentos del mundo. Así lo advierte el más reciente informe anual de Amnistía Internacional que habla sobre las violaciones a los derechos humanos a nivel mundial. Y Colombia, en Latinoamérica, según la OMS, aparece como el tercer país de la región con los mayores índices de homicidios.

El maltrato a nuestras mujeres culmina muchas veces con la muerte a manos de su pareja o de su expareja; cifras de la Defensoría del Pueblo nos indican que el 50% de las amenazas provienen de compañeros sentimentales, el 30% de exparejas y el 10% de esposos y novios, de tal manera que puede decirse que la mitad de los homicidios en Colombia son feminicidios. Siendo la muerte de una mujer o de cualquier otro ser humano un delito consagrado en el código penal colombiano desde siempre, desde el decálogo judeo cristiano que orienta nuestras creencias religiosas, consagró la ley colombiana, un nuevo tipo penal, el feminicidio y dentro de sus elementos normativos: “el ejercer sobre su cuerpo y la vida de la mujer actos de instrumentalización de género o sexual o acciones de opresión y dominio sobre sus decisiones vitales y su sexualidad”, de manera que aún el sometimiento laboral tipifica este delito, sin necesidad de que el sujeto activo sea siquiera su pareja sexual.

Y mi pregunta sobre la complicidad o el silencio nace acompañada de la connotación peyorativa con la cual nuestra colectividad, tanto actual como milenaria, denigra de la condición femenina. Consciente o inconscientemente la auspiciamos incluso con nuestro lenguaje, la connivencia con la que acogemos los chistes de doble sentido, toleramos la discriminación laboral y sexista, como cuando al niño le decimos: «Pareces una niña», al pretender enseñarle fortaleza, carácter o inculcar cualquier otro valor o principio. Así, rebajamos la condición de la mujer, la maltratamos y la ponemos en un peldaño inferior en la escala biológica frente al varón.

Y es en el mismo seno familiar que se le autoriza al varón tener varias novias, mientras esa licencia es negada a las niñas, que además por dignidad no es nada envidiable. Por eso sigo sin entender y llama más mi atención que siempre, se haya censurado con mayor rigor la homosexualidad masculina, mientras la femenina parece más tolerable. No se censura la homosexualidad masculina por considerarla contraria a natura, igual valdría para la femenina.  No, se le censura por degradar su condición de hombre al escoger este género femenino; por descender de su pedestal masculino.  

Igual nos hemos familiarizado con el servilismo femenino que en actos sociales ejercen algunas mujeres frente al elemento masculino que la acompañe, haciendo de la presunción de que la mujer es la extensión de los muebles domésticos para la atención de su padre, de su marido, o de su hijo, de su jefe o de sus compañeros de estudio o de trabajo. Y vemos entonces en el evento social a los hombres atendidos por el personal contratado para el evento, y por las mujeres de su entorno.

Es más, resulta curioso oír, cómo en chiste se celebra el aprendizaje culinario de las adolescentes con esta expresión: «Te quedó muy rico, ¡ya te puedes casar!». Sin embargo tenemos que oír, con mayor frecuencia, que la institución social más sometida a burlas es el matrimonio, donde se pregona que quien se casa es la mujer, no el hombre y la parte más ridiculizada de esta relación es la femenina, presentando a la mujer, tanto como esposa o suegra, como las verdaderas enemigas de la felicidad, la tranquilidad y la economía del hombre, por tanto, enemigas de su realización como ser humano, pues terminan siendo una carga para el pobre hombre.

Y en esa baja estima por el género femenino se nos volvió habitual que la mujer, que perdió prácticamente su rol de ama de casa por salir a competir en el mercado laboral, adquirió una doble jornada de trabajo, para realizarla dentro de las mismas 24 horas, de manera satisfactoria y extenuante, para seguir recibiendo además del maltrato ya sea físico, mental  o psicológico de los hombres de su núcleo familiar, también el económico, que es peor muchas veces que cuando se somete a lo que traiga el marido a la casa,  con el agravante, que el pago que recibe en su trabajo fuera de casa es inferior al que recibe el hombre que ejecuta una labor igual.

Un breve repaso por la historia universal nos recuerda que dentro de esta sociedad patriarcal se culpabilizaba a la mujer por no concebir varones, y en consecuencia era repudiada, cuando el responsable de definir el sexo de los hijos o hijas, es el padre.  Y muchos matrimonio se acordaron con base en la dote que aportaría la mujer a la unión, que no le garantizaba un mejor trato. Ni qué decir del derecho de pernada, a través del cual, el señor feudal reclamaba la virginidad de la doncella de su servidumbre que se casaba con uno de sus siervos, en su primera noche. 

La condición de la mujer como parte más débil de la sociedad, es milenaria; es a ella a quien le ha costado trabajo que le reconozcan sus derechos a estudiar, a tomar sus propias decisiones, a votar;   se le negaron derechos civiles, políticos, laborales, es decir: el patrón de violencia es de tal naturaleza que la mujer lo acepta, se somete y lo replica. Está totalmente instrumentalizada.

Esa violencia, como instrumento de subordinación lo encontramos “bellamente” descrito en La Ilíada, en el Canto Primero, cuando Júpiter amenaza a su esposa Juno, al esta reclamarle por lo que él hubiera podido prometerle a Tetis para honrar a su hijo Aquiles:

  • «Mas siéntate en silencio y acata mi palabra, no sea que ni todos los dioses del Olimpo puedan socorrerte cuando yo me acerque y te ponga encima mis intangibles manos».

Mientras tanto, Vulcano, su hijo, para consolarla, le aconseja: 

  • «Yo aconsejo a mi madre, aunque ella tiene juicio, que obsequie al padre querido, a Júpiter, para que no vuelva a reñirla y turbarnos el festín…pero halágale con palabras cariñosas y enseguida el Olímpico nos será propicio. Sufre, madre mía, y sopórtalo todo aunque estés afligida; que a ti…tan querida, no te vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olímpico. Ya la otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos umbrales».

Tenemos aquí de cuerpo entero identificados el patriarcado como sistema, el sexismo como ideología y la violencia como herramienta de sumisión del padre para su núcleo familiar. Y este episodio mitológico cumple la función pedagógica de ilustrar nuestras relaciones sociales de tiempos ha, como precursora de la aceptación no solo de la minusvalía de la mujer, sino de la violencia intrafamiliar, inclusive, porque lo que los hijos y las hijas ven en su hogar es lo que van a reproducir en sus hogares como normal, para ellos, como sujetos activos y para ellas, como sujetos pasivos. Y por ser réplica de todos y cada uno de los hogares, la aceptación social se torna extensa.  

Platón, con sobrada razón explicaba que a los niños había que alejarlos de estas anécdotas literarias, porque el niño no es capaz de discernir lo alegórico de lo que no lo es, y las impresiones que a esa edad recibe suelen ser las más difíciles de borrar y las que menos pueden ser cambiadas, máxime si son percibidas directamente.

Es importante destacar que, si bien Platón no pone en duda el poder patriarcal, sí que cuestiona la forma de ejercerlo.

A esa herencia grecorromana, se suma la contribución judeocristiana contenida en el dramático Capítulo 19 del Libro de Génesis, que nos relata cómo  Abraham, ante la determinación de Dios de destruir a Sodoma y Gomorra por el pecado que corroía a sus habitantes, intercedió por ellos sugiriendo que no sería justo, si hubiese 50 justos, destruirlos junto con los pecadores y así fue condicionándole ante la posibilidad que fuesen menos hasta que llegó a 10 y recibió la promesa de Dios de que de haber solo 10 no lo haría, pero al final destruyó ambas ciudades. Y de su catastrófica narración  se entiende que aún Lot, ante su falta de cordura y sensatez, que muestra falta de amor, de consideración y de respeto por sus hijas, que no solo eran jóvenes, sino aún vírgenes, facultó con su actuar la ruina de éstas.

Dios con el propósito de cumplir su cometido, envía dos ángeles a Sodoma, que al llegar son vistos por Lot, quien los alcanza y ofrece hospedarlos en su casa.

  • «No se habían acostado todavía, cuando los hombres de la ciudad, los sodomitas, jóvenes y ancianos, todo el pueblo sin excepción, cercaron la casa. 5. Llamaron a Lot y le dijeron: '¿Dónde están esos hombres que han venido a tu casa esta noche? Sácanoslos para que abusemos de ellos'. 6. Lot salió, cerró la puerta y 7. les dijo: 'Hermanos míos, os suplico que no cometáis tal maldad. 8. Escuchad: Yo tengo dos hijas vírgenes; os las voy a sacar fuera, y haced con ellas lo que queráis; pero no hagáis nada a estos hombres, puesto que han entrado a la sombra de mi tejado'. 9. Ellos le respondieron: '¡Quítate de ahí!'. Y se decían: 'Éste vino aquí como emigrante, y quiere constituirse en juez; haremos contigo peor que con ellos'. Le empujaron violentamente y trataron de romper la puerta. 10. Pero los dos hombres sacaron su brazo, metieron a Lot con ellos en casa y cerraron la puerta; 11. y dejaron ciegos a los hombres que estaban ante la puerta, desde el más joven hasta el más anciano, de tal modo que no pudieron encontrar la puerta. 12. Los dos hombres dijeron a Lot: '¿Quién hay aquí todavía de los tuyos? Yernos, hijos e hijas y todos los tuyos que estén en la ciudad, sácalos de este lugar, 13. Pues hemos venido aquí para destruir este lugar porque las quejas contra el ante el Señor son muy grandes, y el Señor nos ha enviado para destruirlo”.

Cabe concluir, a la luz del contenido religioso, que para Dios ni aún Lot podría preciarse de ser justo en Sodoma, viendo la aberrada y desnaturalizada actitud frente a sus hijas, quien logró salvarse de la destrucción solo gracias a la hospitalidad que dio a los ángeles. Nada más doloroso, aún para Dios, que percatarse del poco o ningún aprecio de Lot por sus hijas, cuya instrumentalización y poca estima se percibe cuando las ofrece como trueque. Máxime cuando al referirse al conocimiento pleno sentencia que para él no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni escita, (Colosenses 3:11).  Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios, (1 Corintios 11: 11-13), es decir, no hay superioridad del uno sobre el otro, pues ambos son creados a su imagen y semejanza.

Otra forma de instrumentalización de la mujer ya no como trueque sino como tributo, nos la ilustra la historia de la conquista de América cuando Hernán Cortés, en marzo de 1519, después de derrotar a los tabasqueños en  la batalla de Centla fue sorprendido por los caciques locales que acudieron una mañana al campamento español para agasajarlo con numerosos regalos de oro, mantas y alimentos, llevándole también veinte doncellas, entre ellas a Malinalli, quien más tarde sería conocida como La Malinche, que se convirtió luego en intérprete, consejera e intermediaria de Hernán Cortés, y su concubina, con quien tuvo un hijo. Nada más descabellado, pero ilustrativo y gráfico del poco valor de la mujer en su reconocimiento ante el género masculino, que bien era susceptible de ser regalada, vendida, comprada como cualquier objeto, junto con adornos de oro, mantas y alimentos. Cabe anotar que Malinalli perdió a su padre, el cacique de Oluta y su madre se volvió a casar concibiendo y dando a luz un hijo varón, lo que la tornó frente a su padrastro como una hijastra incómoda, siendo vendida a un grupo de traficantes de esclavos y luego cedida como tributo al cacique maya de Tabasco.

Aquí, las doncellas fueron obsequiadas por los derrotados a los vencedores, otras veces los vencedores para humillar a los vencidos, toman a sus mujeres como trofeos o botín de guerra, memoria histórica de la que aún no nos hemos desprendido; por eso tenemos tantos testimonios en nuestro país, de violaciones, abusos de toda índole, producto  de todo aquel proceso de descubrimiento, conquista, colonización y más reciente, de la guerra de más de 60 años que como lastre ha dejado desajustes emocionales, ignorancia afectiva de hombres y mujeres y un legado cultural de sometimiento y esclavitud, no solo de africanos, sino también de indígenas.

Hace no más de cinco años, el grupo BOKO HARAM, grupo terrorista de carácter fundamentalista islámico, activo en NigeriaCamerúnChadNíger y Malí asaltó una escuela en el noroeste de Nigeria para materializar en su guerra una afrenta más contra la mujer: secuestró 200 niñas según los titulares, para someterlas a matrimonios serviles y como esclavas sexuales. Se convirtieron en objetivo militar por ser cristianas y alfabetas, pues ese grupo musulmán está en contra de que la mujer se capacite y sea educada.  

Por eso esperamos que la propuesta de un Ministerio de la Familia contribuya a cimentar una sociedad, donde los padres de familia cuenten con herramientas suficientes para entregar a la sociedad ciudadanos conscientes de la responsabilidad que a cada uno le corresponde de erradicar la violencia que hoy nos invade. Para que cada día tengamos que recurrir menos al derecho penal para el control social, al hacinamiento en las cárceles y a la inversión social en el mantenimiento de reclusos. Para que no nos coja ventaja el tomar la justicia por propia mano ni la ley del talión retome protagonismo.

Dejemos de ser cómplices o testigos mudos de conductas o patrones lesivos de la dignidad humana. Cerrémosle la puerta a la arbitrariedad desde cada una de nuestras casas, desde nuestro propio yo, volviendo a la civilidad, al respeto por el otro. Si compartimos el mismo origen, nada legitima nuestra superioridad sobre otro ser humano.

¿De qué sirve celebrar el Día de la Mujer, el Día de la Madre, Día de la Secretaria,  de la enfermera, la médica, la abogada, si ningún reconocimiento se hace a su condición de ser humano? La verdad, terminan siendo celebraciones con tinte comercial, sin ninguna filosofía o ideal que la acompañe.

*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.