Columnistas
Semillas en tierra labrantía

Siento tristeza e indignación cuando en los medios de comunicación denuncian las maneras ruines y desalmadas que usan los encargados de proveer la alimentación para los niños en edad escolar del programa PAE y las ayudas para la población en estado de vulnerabilidad por la crisis económica generada por la pandemia. Algunos casos son el resultado de la mala selección de los proveedores que es responsabilidad de funcionarios públicos de todos los niveles, y en otros, con la participación de los funcionarios públicos encargados de la vigilancia de dichos contratos.
Da repugnancia tanta porquería junta; es una acción de miserables robarse la comida de los niños más necesitados y las ayudas para las víctimas de la crisis de la pandemia. Es una Acción Inhumana que causa dolor físico y mental que origina deterioro emocional en las personas más vulnerables y por lo tanto deben considerarse delitos de lesa humanidad.
Cada día los medios publican lo que sucede con el PAE y las ayudas para la crisis de pandemia y entonces me embarga un profundo e inmenso temor a Dios. Me arrodillo en un rincón de mi casa y llorando pido perdón al todopoderoso; oro y pido que nos saque del alma esa maldita masa de porquería que tenemos adherida a los sentimientos y le suplico que no nos castigue por alimentarla en nuestra sociedad.
La sociedad y su más grande creación para la convivencia, el Estado; deben actuar de pensamiento palabra y obra; pensar, decir y hacer lo mismo para detener la incubadora de anarquía en la que se convirtió la república. Que que perdió la cordura, la espiritualidad, el orden moral, el civismo, los sentimientos, la humanidad y el respeto por los demás en medio del cinismo y la podredumbre de los poderes cuando de manejar lo de todos se trata.
Desde los años sesenta, cuando la irreverencia y el rompimiento de los esquemas comportamentales se regaron como mala hierba en la manera de vivir de los seres humanos, la buena conducta y la disciplina empezaron su decadencia, y la letal expresión “el fin justifica los medios”, inicio su avasallante extinción y sometimiento de las buenas costumbres y las sanas ejecutorias de toda la humanidad.
Todo indica que con las generaciones en adultez no hay nada que hacer; las malas prácticas se volvieron costumbre y les falta poco para volverse ley. Desafortunadamente para los males de la conciencia y del alma no hay vacuna como sí hay para los males del cuerpo.
“En surco de dolores el bien ya no germina”, parodia ignominiosa a la letra de nuestro himno. No germina porque hace mucho tiempo que dejamos de sembrar en ellos semillas de esperanza y el abandono los convirtió en tierra labrantía.
Varias generaciones de colombianos dejaron de sembrar en los niños; que son surco de esperanza; semillas que los impulse a crear cada día una patria mejor. El estado sacó de la academia las cátedras de formación en civismo y urbanidad y por inercia también dejó de hacerse esta tarea en el seno de las familias que son el núcleo de la sociedadad.
La patria clama angustiada que volvamos a sembrar en surcos de esperanza semillas de paz y amor, que lleven dentro temor a dañar al semejante y a ofender a Dios; y vergüenza ante todos si caemos en malas acciones para con los demás. Y entonces decir en la letra de nuestro himno, “en surcos de esperanza el bien germina ya”.
Una paz donde nadie, sin distingo de rango o condición tenga que mendigar salud; donde los adultos mayores no tengan que vivir un calvario para cobrar sus mesadas; donde la educación forme para el desarrollo, eduque para la convivencia y capacite a los jóvenes en los saberes y los haceres tradicionales de las artes y oficios que servirán de soporte y enlace para el alcance de los estudios profesionales. Porque la paz no es solo el silencio de fusiles y metrallas, la paz es también el bullicio y la algarabía de un pueblo con sus necesidades básicas satisfechas.
Semillas de amor para que aprendamos a amar a nuestra patria como ella nos ama a nosotros. Que sintamos el dolor de patria cuando ella nos reclame presencia. Que nos duela el sufrimiento del otro para que la solidaridad aflore en los corazones impíos, y todos sientan un amor que permita una convivencia donde esté claro que la tolerancia y la humildad llegan hasta donde empiezan la dignidad y el respeto.
Han sido capaces de profanar los valores y principios cuando se mencionan en los discursos satánicos de los manzanillos de cualquier calaña para enarbolar sus fantasiosas propuestas.
Y es que los valores y principios pasaron a ser términos usados para adornar carretas en el carnaval de las mentiras; tristemente fueron perdiendo estatus y hoy por hoy aparecen en todas las mesas de charla sin excepción alguna solo para impresionar a los contertulios, intentando impregnar en la gente un aire de falsa transparencia. Muchos hablan constantemente de principios y valores, no para promoverlos como generadores de buen comportamiento y sana convivencia sino para usarlos como cosmético para ocultar horripilantes imágenes.
Decir un madrazo y tratar de marica al otro, ahora son una exaltación sinónimo de amistad y compadrazgo.
Da vergüenza como hasta la pulcritud del léxico, de una lengua tan abundante como la Castellana ha venido en decadencia.
Dice nuestra carta magna del año mil novecientos noventa y uno, “los niños tienen derecho al libre albedrio y desarrollo de su personalidad”.
Sí, y tenemos que usarla para formar gente de bien, hay que normarla y acondicionarla a nuestro arraigo cultural con directrices de Estado que la hagan funcional y aplicable para mejorar. La carta magna no dice háganlo de cualquier manera y menos con las extremidades inferiores.
Resulta que la lectura que se le ha dado a lo estipulado por la Constitución Nacional nos ha llevado a un dejar hacer, dejar pasar, porque así ella lo dicta y al Estado no le importa que la gente esté perdiendo el orden de vida.
Aquí ya no se respeta nada, ya todo nos vale tres puntos menos que el aserrín de estiércol; la nostalgia y la amargura que se ve en los ojos de la patria linda que Dios nos regaló es el reflejo de la desesperanza y de la fe perdida en una sociedad que no la ama.
Todo anda mal. Los poderosos hacen daño porque son poderosos y la gran masa hace daño porque es la gran masa; pero todos quieren subir teniendo de soporte la necesidad ajena.
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