Columnistas
La juventud sí tiene la palabra

La actividad política que vive Colombia en estos últimos meses, revela la presencia de una juventud pujante, unida, convocante, que se resiste a ser relegada, consciente de sus derechos, de sus deberes y de la responsabilidad que sobre el planeta y el medio ambiente le estamos delegando ¿O descargando?
Estas movilizaciones nos recuerdan que estamos finalizando el Año del Bicentenario; escaso de celebraciones, atravesadas sus calles por nutridas manifestaciones de descontento ciudadano, matizadas hace 15 días por brotes de violencia y provocaciones tanto de ciudadanos, como de los encargados del orden, que rápidamente se han convertido en ejemplo de civismo; la violencia le cedió el espacio a una colectividad pacífica, diversa y cultural, como debe ser. Con autoridad moral para exigir los cambios que propone y que necesita.
Cómo no evocar aquella juventud que hace 200 años, ante la herencia nefasta que nos trajo de la monarquía europea la conquista española, avizoró un mundo libre de tiranía, desigualdad, injusticia y esclavitud y se propuso conquistarlo.
La juventud del siglo XIX no fue despojada de su sueño, ni deslegitimada por sus mayores, mucho menos dividida, pese al autoritarismo reinante. Los adultos de la época dejaron expresar a sus jóvenes sin ambages, limitaciones ni censuras.
Así surgieron hombres y mujeres auténticos con un territorio amplio por arrebatarle a la tiranía y un área territorial tan extensa como feraz.
Encontramos líderes de la talla de Simón Bolívar quien a sus 22 años ya había entrado en contacto, en Europa, con las ideas de la Revolución Francesa, convencido de que su destino estaba en liberar a su país y sus países vecinos, del yugo español.
A este sueño fueron sumándose José María Carbonell, José Antonio Galán, Antonio Nariño, Policarpa Salavarrieta, Francisco de Paula Santander, Manuela Beltrán, José María Córdova, Hermógenes Maza, Atanasio Girardot, Camilo Torres, El Sabio Francisco José de Caldas, Antonia Santos y un sinnúmero de patriotas que nos legaron lo que no podemos dejar perder.
José María Carbonell, con 32 años participó activamente en los hechos políticos del 20 de julio de 1810 y fue ejecutado en 1816. José Antonio Galán, sentenciado muy joven a morir por haber participado en la insurrección comunera.
Antonio Nariño. Tradujo la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del francés, con la idea de ayudar a mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas, y su castigo fue permanecer 10 años en prisión, la confiscación de sus bienes y el destierro a perpetuidad.
No mejor suerte mereció Policarpa Salavarrieta, mejor conocida como la Pola; fue fusilada en la época de la Reconquista Española, en 1817, a la edad de 22 años por actuar como espía del ejército patriota.
Francisco de Paula Santander, nacido en 1792, tenía apenas 18 años, cuando se dieron los hechos del 20 de julio de 1810 y se vinculó inmediatamente a los revoltosos. Y 6 años después, a la edad de 24 años, tuvo como encargo organizar la resistencia en los Llanos Orientales de la Reconquista española, donde luchó denodadamente otro joven, José María Córdova.
José María Córdova participó también activamente en batallas decisivas como la del Pantano de Vargas y la de Boyacá en 1819, de modo que podemos decir, tenía como los demás, convicción por la libertad, por la justicia.
Hermógenes Maza, fue otro joven que a sus 18 años, escogió la causa de la libertad, de la combatividad política y se alistó en el Batallón Auxiliar, que le permitió librar las batallas de Tenerife y la de Pichincha al lado de Antonio José de Sucre, otro venezolano a quien en Colombia como a Bolívar se le rinde tributo, por ofrendar su vida en aras de la libertad, la igualdad, la justicia, la esperanza, la dignidad.
Atanasio Girardot, como abogado se involucró en la causa libertadora; acompañó a Bolívar en la Campaña Admirable, a Rafael Urdaneta en la Llanura de Taguanes, para morir en el cerro de Bárbula, envuelto en la bandera, a sus 22 años de edad.
No todos estos jóvenes eran militares, ni pobres, ni libertos; unos fueron abogados, como Santander, Torres y Girardot; otros eran nobles, ricos y con talento, como Bolívar y Sucre. O sencillamente intuitivos como Pedro Pascasio Martínez, que comenzó su pubertad haciéndose soldado del ejército libertador.
Otros fueron fusilados como Camilo Torres, el Sabio Caldas, Policarpa Salavarrieta, Manuela Beltrán, Antonia Santos, José Ma. Carbonell… y muchos anónimos.
A todos los convocaba luchar contra un enemigo común, injusto, inequitativo, desconocedor de los derechos humanos. Los derechos humanos recién acababan de ver la luz; aquellos que hoy nos jactamos de reclamar para nosotros, pero que descaradamente negamos a otros.
Estos hombres y mujeres capaces de una gran gesta como la que matiza nuestro calendario de fiestas patrias, respaldan, en nuestro sentir, los reclamos que desde el 21 de noviembre vienen protagonizando jóvenes de distintas facultades, hombres y mujeres, de universidades públicas y privadas, de todo el país, unidos en el único propósito de hacer realidad el presente y mejorar el futuro. Nos demuestran que nuestros estudiantes universitarios y trabajadores, o sencillamente desempleados, si tienen capacidad para votar, están ampliamente capacitados para deliberar, analizar y manifestar su inconformismo, frente a la realidad nacional.
De ahí que resulte lamentable que algunos “opinadores” desde los medios de comunicación y otros desde las redes sociales pregunten que, ¿qué hacen los estudiantes que no se van a sus universidades, si ya reclamaron por los problemas que aquejan al alma mater. Que no les atañe respaldar los reclamos por la reforma pensional o la Ley de financiamiento, la salud, el medio ambiente o la ley contra la comida chatarra, que realizan otros sectores de la comunidad.
¿Cómo no van a estar preocupados, si independientemente de su edad, del programa que estudien o de la universidad que los prepara, sufren en carne propia las dificultades de sus padres, que con los escasos ingresos se ven en aprietos para responder por el pago de los colegios de sus hermanos menores, la universidad de la que muchos deben retirarse para trabajar y poderse pagar futuros semestres, o la tutela para atender el problema de salud, de uno de los miembros de la familia?
¿Acaso son ajenos estos jóvenes o aquellas estudiantes a la manera cómo se esfuman para sus padres las posibilidades de pensión? ¿Cómo no protestar, si cada día, en vez traer una nueva expectativa se convierte en una amenaza? No es evidente, ¿después de la quema irresponsable de millones de hectáreas en la amazonia, o la decisión de asperjar con glifosato la tierra que se vuelve inútil o que pretenden envenenarla con el fracking? ¿Acaso pueden ser ajenos estos jóvenes al desempleo que enfrentan sus padres y la realidad que les muestra que pronto deberán ellos mismos enfrentar ese flagelo, que hace prosperar economías ilegales?
“Divide y reinarás,” pareciera ser el axioma de la clase dirigente, pretendiendo que la sociedad se divida para reclamar, como si no soportase toda junta la serie de impuestos, inseguridad, desempleo, escasez de presupuesto para justicia, salud, vivienda, educación, investigación, mientras que nada se le escatima a la corrupción.
“Casa dividida no prospera” sentenció Jesús, entonces ¿si taxistas, médicos, maestros, transportadores, estudiantes, indígenas, campesinos, enfermeras, pilotos, comerciantes, madres comunitarias, padecen por igual las carencias del Estado, qué les obliga a reclamar en grupos separados?
Es cierto que este gobierno no puede responder, o mejor, solucionar los déficits de los gobiernos anteriores, como no lo ha podido ni querido ningún otro, pero la pregunta es ¿será el gobierno el del problema o será el tipo de Estado que no funciona o el modelo económico que fracasó y nos mantiene en el deshonroso cuarto lugar del concierto internacional como el país más desigual del mundo?
Bienvenidas las marchas pacíficas, la empatía ciudadana, la manifestación cultural, el compromiso social, para que se materialice un verdadero crecimiento democrático, participativo y pluralista.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.