Columnistas
La fragilidad del ser

En esta semana de reflexión, de lo que menos queremos hablar u oír hablar es de pandemias o similares. Primero: por ser de reflexión y a eso no somos muy dados, y segundo, porque pesan demasiado los más de 20 días de aislamiento preventivo, que sensatamente se extienden hasta el 27 de abril.
Pero esa conmoción mundial que se generó a partir de las noticias que nos llegaban de China, de la ciudad de Wuhan, preocupantes por el número de víctimas dejó ver cuán frágil es el ser humano.
Tan frágil como esa humilde partícula, pequeña, diminuta, capaz de esparcirse en cuestión de días, cada vez en menos días y cada vez con más capacidad para contagiar a mayor cantidad de seres e inclusive matar centenares de personas en solo 24 horas, obligando a países enteros a un ostracismo social.
Consultado el significado de la palabra “frágil” encontramos que se refiere a algo quebradizo, aquello que con facilidad se hace pedazos. De poco vigor o de poca fuerza o resistencia. Poco durable. Destinado a caer.
Sin especular y menos pontificar sobre dimensiones comparadas entre bacterias, virus y átomos, que son las entidades más pequeñas que recuerdo, algunas fuentes sostienen que en la cabeza de un alfiler pueden caber unos 3 millones de bacterias, 500 millones de Rhinovirus (virus del resfriado común) o 2 trillones de átomos. Son microorganismos realmente pequeños, imperceptible a simple vista.
Sorprende que un ser tan pequeño, tan diminuto, tan frágil, cubierto apenas por una membrana cuando logra hospedarse en una célula, porque es parásito y no un ser vivo, pueda causar una hecatombe de las proporciones que nos alarman.
Una tragedia tan lejana para nosotros a comienzos de año, ahora palpable en nuestro país, nos convoca a refugiarnos en el don inestimable de la fe para vencerla; de hecho, Pablo asimila la fe a un tesoro guardado “…en vasos de barro”, material frágil, que somos nosotros; condición que confirma el apóstol Pedro cuando invita en su carta a los esposos a “…dar honor a la mujer como a vaso más frágil…”, no en sentido peyorativo, sino para exaltar su condición frente al varón.
La humanidad en sí misma es frágil, lo estamos viendo, lo estamos viviendo; sea hombre, o sea mujer, solo que dentro de la especie se supone que la mujer es más frágil y merece mayor consideración; tal vez, a pesar de toda la ignominia que le ha tocado padecer, diferentes culturas han resguardado a la mujer de ciertos trabajos, como por ejemplo el de la guerra, porque su condición física no se lo permite. El número de personas afectadas y el de fallecidos por esta causa nos confirma lo vulnerables que podemos ser. Lo frágiles que somos.
A lo largo de la historia su seguridad el ser humano la ha fincado en el poder, el dinero, la fuerza física, la belleza, la inteligencia, la generosidad…, es decir, en bienes materiales y también espirituales.
Y cuando la emergencia toca a nuestra puerta, aflora la fragilidad de las personas traducida en miedo, desesperanza, angustia; de ahí el desabastecimiento inicial que vivimos en productos esenciales para protegernos, como alcohol, gel antibacterial y tapabocas, sin importar el vecino, todo para atacar ese enemigo infinitesimal que se coló en esa vida frenética que nos llevaba a rastras, sin tiempo para nada y supuestamente para todo.
Sí, es verdad, nuestra fragilidad puede llevarnos a la insensibilidad, al egoísmo, a la violencia: hasta llegar a impedir que en nuestra vecindad se instalen albergues para que los destechados puedan aislarse y evitar el contagio; indolencia que llevó a dueños de inquilinatos a cerrar sus puertas a quienes ya no pueden conseguir el diario para pernoctar porque queda difícil rebuscarse en medio de calles desiertas. Esa misma fragilidad también nos hace víctimas del temor y de la incertidumbre; tal vez por eso con insolencia estigmatizamos y discriminamos a los trabajadores de la salud, negándoles el transporte después de un arduo día de trabajo o el derecho a vivir cerca de nosotros, o torpedeamos propuestas humanitarias como recibir a repatriados para que cumplan su cuarentena antes de integrarse a sus familias y a la sociedad.
Pero como todo es para bien, ese mismo “bichito” nos enseña que aislados, solos, nada podemos hacer. El COVID-19, tras invadir muchas células a pesar de su tamaño microscópico, muestra su poder destructor multiplicándose, y como la unión hace la fuerza, dentro de nuestra fragilidad podemos encontrar esa fuerza llamada solidaridad para actuar al unísono en pro de nuestra protección.
El cardumen es solo una multitud de peces que se unen para protegerse de los depredadores marinos, al igual que las bandadas de estorninos lo hacen con la complicidad del viento. La naturaleza siempre nos dará sus ejemplos maravillosos, así vemos cómo el pingüino emperador logra vencer el frío y proteger a sus polluelos reunidos en grandes bandadas, agolpados unos contra otros, moviéndose concéntricamente para conservar la temperatura adecuada y todos puedan beneficiarse.
Es tan efectivo el actuar en grupo, en manada, que ya vemos cómo la misma naturaleza se ha restaurado y se escucha el trinar de los pájaros en las zonas que han sido afectadas por el fenómeno sanitario, mientras reverdecen los campos y el aire en las ciudades ha descendido en su contaminación, entre tanto el ser humano se aísla.
No podemos perder tiempo, no nos podemos cansar, solo agradecer que estamos vivos y actuar disciplinadamente, así no lo tengamos por costumbre, porque ya no sucede al otro lado del mundo, pasa aquí, en nuestras ciudades. Los peces, las aves, los insectos, tienen múltiples comportamientos colectivos que ejemplifican el valor de la unión, del compromiso, de la obediencia a la autoridad, al líder de la manada. Si ellos pueden, respondiendo solo a sus instintos primarios, básicos, ¿qué no podremos hacer nosotros que nos preciamos de ser la mejor especie de la creación o del universo que nos circunda?
Demostrémonos a nosotros mismos que a pesar de nuestra fragilidad, no es fácil que el miedo, la inseguridad nos rompan en pedazos; que no estamos destinados a caer, porque somos capaces de levantarnos con vigor en medio de la adversidad y dejar ese ejemplo a nuestros hijos y como legado a la humanidad.
La fragilidad individual es solo un escudo que nos diezma, que nos limita, pero actuando colectivamente se torna en un arma capaz de doblegar al mundo entero y cuanto se oponga. Podemos superar los logros alcanzados. No era la idea hablar del coronavirus, pero se impuso por la realidad que nos apabulla. Debe ser producto de la fragilidad.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.