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La Familia: escuela de vida.

La Familia: escuela de vida.

El término corrupción se nos volvió demasiado familiar, cotidiano y frecuente sobre todo para definir conductas  de los llamados “delincuentes de cuello blanco”, entendiendo por tales a personas que están en la cúspide del poder, de la academia, del gobierno, de la sociedad, y por lo mismo, demasiado visibles. Y cuando se habla de acabarla, por el mal ejemplo  que  recibe la sociedad, es común escuchar que “desde arriba viene el mal ejemplo”, desde las altas esferas, siendo  muy  marcado el señalamiento para políticos y miembros del poder.

Pero una señal de alarma de que el fenómeno se ha vuelto transversal, término también de moda, nos la dan tres eventos  donde aparecen personas desligadas de las cumbres del poder, eso se espera y con edades inferiores a 30 años, es más, aún sin profesión definida.

El primer evento que llamó la atención de los colombianos fue aquel en que 61 estudiantes del Colegio Marymount de Barranquilla se vieron envueltos en un fraude en una prueba de Preicfes en junio del 2018. Para sancionar esa conducta espuria la rectora del plantel decidió cancelar la ceremonia de grado, para dar una sanción ejemplar.

En un segundo evento, también en junio del 2018, fueron judicializados 15 jóvenes del Programa “Ser Pilo Paga”, es decir, jóvenes bachilleres quienes hacían parte de un selecto grupo de estudiantes que por sus altas calificaciones estaban becados en diferentes universidades privadas, cursando la carrera de su elección, pero que habían decidido suplantar a jóvenes aspirantes a la Universidad del Magdalena a cambio del pago de 20 a 24 millones de pesos.

Y el tercero y último evento nos brindan los titulares de los últimos 15 días presentando la vida de lujos y excentricidades que rodea la vida de Jeny Ambuila quien presumía en sus redes sociales de poseer entre muchos artículos de lujo un auto Lamborghini y una camioneta Porsche.

Podemos escandalizarnos de que gente tan joven esté trasegando estos caminos  con la obligada pregunta, si están siendo influenciados por lo que pasa en su entorno a través de las noticias diarias,  y creemos que su caso es más grave que el de muchos, porque la influencia está más cerca de lo que pudiéramos imaginar. En su propia casa.

En el primer evento, la decisión de la rectora de cancelar la ceremonia, generó malestar entre 12 de los acudientes quienes decidieron poner una tutela contra el colegio porque consideraron que sin ceremonia se violaban los derechos de los jóvenes,  dejando de lado cualquier preocupación por la manera como empezaban a enfrentar sus responsabilidades ciudadanas, próximos a alcanzar su mayoría de edad, y se habían obstinado en no informar cómo habían obtenido el cuestionario. La justicia les dio la razón a los padres, pero la rectora mantuvo su decisión y posteriormente fue respaldada por el Procurador General de la Nación al condecorarla por la posición asumida, demostrando que podemos comprometernos con la educación en valores.

En el segundo evento, tenemos dos grupos de personas: el primer grupo conformado por 16 jóvenes, de excelentes calidades académicas, de escasos recursos económicos, y más diezmados los éticos y morales, que cobran por suplantar en exámenes de admisión a la universidad a jóvenes aspirantes; actividad por la cual recibían entre millón y millón y medio de pesos. A lo mejor, sin el conocimiento de sus padres y sin que fuera muy notorio el ingreso económico porque la mayor cantidad del dinero percibido iba a las arcas de los dueños de la red ilegal, liderada al parecer por una joven de modo que algunos padres no se enterarían, otros, a lo mejor sí, cuando además podrían esgrimir la excusa de algún trabajo académico extra para alguno de sus acomodados compañeros de estudio y fuera sospecha.

El segundo grupo, conformado por un número indeterminado de jóvenes aspirantes que debían contratar y pagar entre veinte y veinticuatro millones de pesos, esos sí, con la complicidad manifiesta de sus padres. Y entonces nos preguntamos: ¿estamos los padres cumpliendo con este principio vital para nuestros hijos e hijas?: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. En este grupo de jóvenes es imposible decir que los padres son ajenos a esta actividad fraudulenta, por el contrario, podríamos hasta decir que la podrían inducir, sugerir, instigar, promover, porque es que ellos son los proveedores de su hogar; ellos son los que conocen el rendimiento académico de su hijo o hija, sus fortalezas y debilidades, y seguramente al faltar estas, prefieren impulsarlo o impulsarla contra su vocación a una carrera liberal, antes de verlos dedicados al arte, al deporte u otro similar, que no les merezca su aceptación. Pero estos padres proveen solo dinero, pues lecciones de vida, de honestidad, de rectitud, de respeto por la legalidad y sobre todo, por si mismos, nada. Nada de nada. Pero si consultan el primer libro del Profeta Samuel descubrirán en el verso 13 del capítulo 3, una ayuda didáctica valiosa para sus hijos: estorbarlos.

Educar un hijo no es dejarlo hacer lo que le parezca, porque nosotros tampoco podemos hacer lo que nos parece, pues existen preceptos que respetar. Cuando los o las jóvenes toman el camino incorrecto nuestra obligación es poner trabas, dificultar el éxito del fin propuesto. Pero estos padres no incomodan para nada el propósito torticero por el contrario, lo proponen, lo auspician, son consecuentes con la corrupción, la inmoralidad. 

¿Y qué decir del tercer evento, donde los padres tienen al parecer una hija única, a la que se le da a manos llenas para derrochar en EE.UU. el dinero mal habido y figurar en ese mundo banal,  vacío y efímero de las redes sociales, mientras en Colombia se muestra un bajo perfil?

¿No serán estos casos una invitación a los padres para hacer un alto en el camino y ver la proyección que les estamos dando a nuestros hijos e hijas, ojalá, la de un futuro distante de los tribunales, de la propia insatisfacción? 

Tenemos la obligación indelegable e impostergable de asumir nuestra responsabilidad, porque todos somos responsables de todos. Recordemos que para llegar arriba hay que empezar por abajo. Y abajo tenemos en el primer y más importante eslabón de la sociedad,  en todos los tiempos, la familia como célula primaria  de esta y ha sido así a través de la historia, en todos los pueblos, civilizaciones, como baluarte social y espiritual, donde niñas y niños nutren su personalidad del bagaje moral, ético y afectivo de los mayores, su ejemplo, del cual se ha dicho que “arrastra más que las palabras”. 

Después de la importante votación que tuvo la Consulta Anticorrupción el año pasado con 11´674.951 votos en todo el país, se llevó a cabo una Mesa Anticorrupción donde el presidente, ministros y voceros de los diferentes partidos políticos acordaron sacar adelante los 7 mandatos apoyados por los colombianos en las urnas. A pesar de que el acuerdo se hizo en el mes de agosto y los proyectos se presentaron en septiembre, el 2018 cerró sin grandes avances y ahora nos encontramos sin voluntad política para cerrarle el paso a la corrupción, que en su definición, según la RAE equivale a depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar, en fin, nada edificante para el ser humano, sino por el contrario, que lo postra reduciéndolo a su mínima expresión.

Los padres estamos llamados a amar a nuestros hijos en el sentido más amplio de la palabra, que podemos traducir en formar, guiar, aconsejar, moldear, brindar herramientas para discernir y tomar decisiones asertivas, maduras; reforzarles la autocrítica; compartiendo con ellos, jugando, escuchando sus cuitas, no son menores que las nuestras ni menos importantes. Dejémosle a la adolescencia la falta de introspección  o de autocensura y suplamos con ejemplo, con argumentos, con directrices concretas por qué es mejor el camino de la legalidad, de la decencia, de la honradez. ¿O es preferible perder años de vida en una cárcel?

No sé en qué generación nos perdimos desde que dejamos de encomendar responsabilidades a nuestros hijos y fuimos castrando su curiosidad, observación, perseverancia, sacrificio y pasión por lo que se quiere, supliendo todas sus necesidades, sin darles tiempo siquiera a pestañear, sin permitirles el fracaso que nos conduce al crecimiento personal y de ahí, al éxito.

Fracasaron en su intento hombres como Winston Churchill que llegó a ser primer ministro pasados los 62 años de edad, fracasando antes como empleado público.

Walt Disney, creó la más grande empresa de entretenimiento, después de ser despedido del periódico en el que trabajaba por “falta de imaginación y de buenas ideas”.

Y todos sabemos que Tomás Alva Edison antes de inventar la bombilla eléctrica fracasó más de 600 veces, algunos dicen que 1.000. ¿Entonces por qué negarles a nuestros hijos la oportunidad de luchar, desear, observar, perseverar y apasionarse tras una meta, un logro?

Y muy cerca de nosotros tenemos a Shakira quien tratando de incursionar en el arte del canto, debió escuchar, que no tenía voz, igual que Sebastián Yatra o como cuando decidieron que David Ospina y Juan Fernando Quintero tenían pocas posibilidades de triunfo en el fútbol por su baja estatura? 

Lo que necesitan nuestros hijos son padres con capacidad de lucha que les muestren el camino, como nos enseñan los animales en sus diversas especies.

Nunca olvido una frase que decía mi suegra: “Tantos gustos me dieron que con ellos me perdieron”.

Acorralemos desde abajo la corrupción. Cerrémosle nosotros el paso. No son ellos. Somos nosotros.

Texto editado por la autora.

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