Columnistas
El ejemplo de Daniel Coronell

Lo ocurrido en las últimas horas, en donde Felipe López, fundador de la Revista Semana, dio por terminada la columna de opinión de Daniel Coronell debido a su último artículo titulado La explicación pendiente, en lugar de preocupar puede ser una tenue luz en un camino plagado de oscuridad.
Todo tiene su génesis a raíz de la columna del New York Times titulada Las órdenes de letalidad del ejército colombiano ponen en riesgo a los civiles, según oficiales, escrita por el periodista Nicholas Casey. En el artículo el periodista, basado según él en el testimonio de dos oficiales del ejército colombiano, recibe información de que «Hemos regresado a lo que estábamos haciendo antes», es decir a algo cercano a las tan nombradas, pero mal llamadas ejecuciones extrajudiciales o falsos positivos.
En su columna dominical Coronell deja abierta una pregunta para los directivos de la revista, que es «¿Por qué SEMANA no pudo concluir en tres meses la verificación de autenticidad de los documentos que pudo hacer el periódico estadounidense en unos días?». Refiriéndose, claro está, a que la misma información la tuvo el diario neoyorkino, y este sí la publicó de manera expedita.
Surgieron de este hecho situaciones que ya son conocidas por la mayoría de lectores. Por eso no me referiré a ellas; solamente mencionaré que el final no podía ser otro, conociendo cómo se actúa por parte de los grandes emporios económicos, que al final son los mismos que manipulan la información y hasta eligen presidentes. Era de esperar que sacaran corriendo al columnista por plantear una pregunta completamente válida, aunque incómoda para el consejo editorial de la revista y su director.
Tan pronto conocí la columna y la orientación que le había dado Daniel Coronell, di por hecho lo ocurrido, lo digo sin presunción. Era previsible porque el periodismo colombiano, que, a cada rato habla de democracias y libertades, pero que gran parte de él ha empeñado su conciencia a los acaparadores del poder, se encuentra aún en pañales y no soporta un examen invasivo que deje ver sus flaquezas o preferencias; sus debilidades o conveniencias; su escaseces o sospechosas cercanías.
Precisamente eso hace que la posición de Coronell sea para admirar. No solamente porque haya hecho algo extraordinario desde el punto de vista ético, sino porque en nuestro medio es prácticamente un suicidio profesional, incluyendo el factor económico, confrontar con respeto, pero de frente, al dueño del portacomidas, llámese jefe, anunciante o gobernante. (Aunque parece que en este caso el portacomidas estaba del otro lado).
No es un secreto, y hay que decirlo, así ya se haya rumiado infinidad de veces, así sea latente y evidente todos los días del año, así los cacaos del periodismo que «enseñan» en la academia lo reiteren, que las palabras y las letras de los comunicadores y periodistas están liadas con unos lazos delgados y finos; que existe infinidad de situaciones en las que la mordaza se insinúa tan sutilmente, que el profesional termina obedeciendo temeroso, declinando sus principios y arrodillándose ante su verdugo. Es cuando entonces la profesión pareciera que mutara de manera inexplicable. y de comunicador y periodista se pasara a especialista en mercadotecnia o limpiador de solapas.
Volviendo al tema central, mucho más allá de la entereza para solicitar, respetuosamente, una explicación a lo ocurrido, en donde no queda nada claro y son más las suspicacias que las verdades, Coronell desnuda una responsabilidad social cuando resalta que la importancia de que esa información se diera a conocer oportunamente se debía a que «podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para muchas personas». Posición responsable que hace visible un valor intrínseco al estricto ejercicio del periodismo.
Bienvenidas estas acciones y reacciones que obligan a una revisión minuciosa y particular de la manera como se controla la información, la opinión, y a quien ejerce la profesión. No es el periodismo ni sus representantes dioses intocables e inescrutables; son hechos de carne y hueso, a imagen y semejanza del dios de cada quien. Ni menos que el político más corrupto ni mejor que el más humilde habitante de la calle.
Bien lo dice Coronell en su entrevista con RCN radio cuando enfatiza que « […] todos estamos obligados a dar explicaciones porque la información no es un patrimonio privado, sino tiene que ver con el interés público».
Aunque lo más cercano es que pasados algunos días sea otro el tema que hipnotice a la opinión pública, es importante recordar que el periodismo no se ejerce desde las trincheras del miedo, sino desde los cuarteles de la verdad.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.