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Conocer la historia para no repetirla

Conocer la historia para no repetirla

El pasado 7 de agosto, conmemoramos una fecha importante para la historia de nuestro país, una fecha que nos lleva a preguntarnos qué tanto hemos avanzado desde aquel 7 de agosto de 1819 en materia política, pero sobre todo en materia social y de derechos humanos. Las conmemoraciones y celebraciones son una buena oportunidad para pensar críticamente el pasado. La historia como disciplina nos debe permitir reconstruir ese pasado, para entender y transformar el presente. La función de la historia es explicarnos el presente para poder incidir en él de manera proactiva.

Importantísimo conocer nuestra historia, la real, no la que nos han hecho creer los vencedores, solo así podremos entender el presente que no está desconectado de ese pasado plagado de mezquindades, egoísmos e intereses particulares muy distante de las verdaderas necesidades del colectivo; no conocerla nos ha hecho repetirla reiterativamente. 

Vale recordar los intereses de algunos criollos con aires de españoles (que hoy abundan), defensores de la corona siempre y cuando tuvieran participación en el poder, recordemos el periodo conocido como patria boba, esa que desde mi punto de vista y con todo respeto no hemos podido superar, situación que se manifiesta hoy en ese desprecio que muchos muestran a nuestros hermanos mayores los indígenas, a los pueblos afro, a los más débiles, a los que piensan, creen o sienten diferente, a los más pobres, a los que protestan, a los que claman por justicia y derecho humanos.

¿Hemos superado la patria boba? no creo, nos siguen usando las élites criollas y extranjeras (OMC, OCDE, BM), nos siguen expropiando, nos siguen vulnerando y el pueblo sigue eligiendo cada cuatro años a los mismos; nos siguen engañando no con espejos sino con falsos demonios: castrochavismo, ideología de género…y mientras tanto, padecemos males reales como el desempleo, hambre, pobreza, corrupción y falta de oportunidades.

Demonios como el calentamiento global que sí es real y angustioso, nos muestra cada día con más rigor las consecuencias del  capitalismo y consumismo salvaje; el agua se agota, el aire se contamina, las pandemias llegan, la deforestación es una tragedia que nadie parece poder parar en ese desenfreno estúpido del modelo económico que gobernantes inescrupulosos apoyan, esos mismos gobernantes que se hacen elegir con mentiras y falsas promesas en esos barrios y sectores más afectados por las inundaciones, erosiones, incendios, sequías y múltiples necesidades.

Esta pandemia ha servido de lupa para desenmascarar gran parte de nuestros males y las causas de los mismos. Acabamos de cumplir 30 años de una maravillosa carta política que nos declara estado social de derecho, pero los derechos se pisotean a diario, pasamos de la democracia representativa a la participante y la democracia hoy está más en riesgo que nunca; los derechos fundamentales, entre ellos la salud, es un negocio para las EPS y muchos seres humanos mueren esperando autorizaciones y traslados oportunos. También se han privatizado las empresas de los colombianos y no ha pasado nada.

En cuanto a la educación, que es otro derecho fundamental, la mayoría de sedes e instituciones educativas no ofrecen condiciones dignas para ningún integrante de la comunidad educativa y por tanto no cumplen los protocolos para el regreso en medio de la pandemia. En pleno siglo XXI no hay conectividad, no hay equipos tecnológicos, no hay las suficientes baterías de baños, tampoco bibliotecas actualizadas o escenarios deportivos, en algunos casos faltan maestros y hasta el agua potable.

Lo más triste de todo es que los maestros venimos suplicado se garantice internet para las escuelas rurales y los sectores más vulnerables, pero con mucha indignación se conoce que  los recursos que iban a servir para garantizar ese internet tan necesario para nuestros niños, niñas y jóvenes, al parecer se los lleva la corrupción, en un supuesto contrato del ministerio de comunicaciones con un consorcio del que se dice, presentó pólizas falsas, pero aún así, al parecer les giraron los recursos. Pensar que a un pobre trabajador o microempresario para prestarle cualquier peso, le piden hasta certificación del alma y al final se lo niegan.

En el 2022, la historia tiene que empezar a cambiar.

*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.