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Colombia necesita educar mujeres para el siglo XXI

Colombia necesita educar mujeres para el siglo XXI

Colombia necesita mujeres forjadoras de hombres. Ahora que se aprestan a posesionarse los nuevos gobiernos municipales y departamentales, sería justo darle prelación al renglón de la educación en sus programas de gobierno, si queremos que el municipio, el departamento y por ende el país, superen la situación que los agobia. Derrotando la ignorancia, se derrotan la pobreza, la delincuencia, la corrupción.

Una población que definitivamente requiere ser educada con esmero es la que integran las mujeres, de la ciudad y del campo. Porque el número de hogares con madres cabeza de hogar aumenta cada día en detrimento de una población infantil desprotegida, mal nutrida, con escasa alfabetización y recreación.

Debemos propender porque las niñas se hagan mujeres cuando tengan la edad y la preparación suficientes para emprender la tarea más importante de su vida: la maternidad y que por su corta edad, inexperiencia, falta de educación en todas las áreas, la irresponsabilidad masculina, entre otras, se ven abocadas a convertirse en madres cabeza de hogar. La mayoría de las veces sin ningún tipo de apoyo porque vienen de hogares similares, con igual déficit.

Debemos centrar la atención en las zonas más vulnerables de la comunidad como son las invasiones y  barrios donde llegan los desplazados por el hambre, la violencia o la maternidad; llegan hombres y mujeres sin mayor instrucción a engrosar las filas del desempleo y los cinturones de  miseria,  solo con los rudimentos que les permita ganar algunos pesos, que no alcanzan a constituir su mínimo vital,  eso sí, trabajando de sol a sol, explotados, la mayoría de las veces, con la mira lejos de prestaciones sociales, subsidios, bonificaciones, propinas o cualquier reconocimiento que haga más digna su retribución.

Hombres y mujeres, traen junto con su juventud la necesidad de sobrevivir a como dé lugar en un medio que les es extraño y hostil. Como seres humanos que son, sueñan, traen impreso el deseo de ser aceptados, formar una familia que llene los vacíos que dejó la que los trajo al mundo, repitiendo la cadena, como una condena: la que por obligación debemos ayudar a romper.

Vemos entonces a jovencitas, casi niñas, sorprendidas con una maternidad a veces ingenua, obligadas a responder por ese nuevo ser; a veces se concibe más de una vez un hijo, con la ilusión de que esa nueva pareja se comprometa a responder por el bebé que esperan y los pequeños de relaciones anteriores, pero esta huye. O lo que se presenta no con menos frecuencia, la viudez; la delincuencia, la violencia, la intolerancia se ensañan con ella y arrebatan a su marido en una riña o en un enfrentamiento cualquiera; o en su afán de conseguir lo necesario para apenas comer, ese hombre toma la decisión menos productiva y va a parar a la cárcel, allí, donde muchas veces el estado esconde la pobreza. Por eso la sociedad propugna por la construcción de más cárceles, no de más colegios, institutos técnicos o universidades. De ahí que los estudiantes salgan a marchar, para que el presupuesto para la educación sea proporcional a la necesidad que genera el crecimiento demográfico y dinámico de la niñez y de la juventud.

Toma entonces esta niña-mujer las riendas del hogar sin más respaldo que el instinto por sobrevivir, Los trabajos rudimentarios que consigue, mal remunerados, la obligan a madrugar y salir a trabajar muy temprano, dejando a sus hijos solos y en el mejor de los casos, al cuidado de los hermanos mayores, sin la vigilancia, el cuidado y la seguridad que les podría brindar otro adulto, expuestos a los abusos, riesgos y vicisitudes propios de la marginalidad, hasta que llega la noche. Cansada, gastadas sus fuerzas y el alma maltrecha, poco queda para colmar de amor y suplir la soledad del día que termina. Solo dormir para empezar una nueva jornada. ¿A qué horas educa en amor, cuidados, principios y valores?

Esto hablando de aquellas que consiguen un trabajo semi formal, es decir, oficios domésticos en casas, restaurantes o similares; otras se dedican a la prostitución y en el peor de los casos, son reclutadas para vincularse al vicio, al microtráfico o a la delincuencia común.

Urge tomar cartas en el asunto porque es esta mujer, como todas, la que concibe y pare los ciudadanos de un país. Y este país viene bañado en sangre desde hace 70 o más años; sumémosle, la inseguridad, la corrupción y los males que le aquejan. De alguna manera es responsabilidad de esta mujer dotarlo de las herramientas para desenvolverse socialmente, porque es la que educa.

¿Pero con qué bagaje cuenta esta ciudadana para enfrentar tan magna responsabilidad?

Se ha dicho que el ser humano se equipa en su hogar y sale a enfrentar al mundo. Tal vez por eso se concibió la estructura familiar como la cuna de este ser social y se conoce la familia como la base de la sociedad: célula primaria.  

Sin mejores condiciones de vida, donde haya un proveedor para la manutención y sustento del hogar, queda allí la madre, comprometida, con su ejemplo a enseñar valores, responsabilidad, esfuerzo, respeto, dignidad, colaboración, entrega, tolerancia, solidaridad, espiritualidad, justicia…

¿De dónde toma ella todo esto?

¿Cómo se transmite lo que no se conoce?

Una madre, en cualquier círculo social, profesional o económico en el que se desempeñe, que no tiene oportunidad de criar a sus hijos, no tiene ocasión de compartir, de guiar, de disciplinar, de formar.

Colombia y cada uno de los municipios necesitan, reclaman madres que amen, que con amor den órdenes, pongan límites, que no alcahueteen. Los niños y los jóvenes necesitan órdenes, no permisividad. Algunas madres hoy no controlan, permiten: muchas no estorban, admiten que su marido, hijos o hermanos traigan a casa dinero u objetos producto del delito. ¿En qué momento olvidamos que al educar al niño no tendremos que castigar al hombre?

Colombia necesita madres que entiendan que la educación no es un lujo, y que mandar los hijos y las hijas al colegio o a la escuela no es un lujo, sino una necesidad.

No podemos seguir encontrando hombres, hijos de estas madres y padres a la vez, diciendo con tímido orgullo que no saben leer ni escribir, pero si firmar. ¿Firmar, con qué criterio? ¿Con qué responsabilidad? En pleno siglo 21 no debería haber en Colombia analfabetismo. Niños que un día, a veces a los ocho (08) años dijeron no vuelvo a la escuela; no tuvo esa mujer la entereza y la autoridad para lograr que entendiera que no se mandaba solo que antes que hacerle un bien permitiéndole trabajar en cualquier cosa, le causó un gran daño, le permitió que su nivel de vida fuera de los más bajos del país.

Se sabe de muchachos que alimentan las estadísticas de judicializaciones por firmar actas de incautación de elementos que no portaban al momento de la supuesta captura. Así nos enteramos de “cómo se lucha contra la criminalidad y se reducen sus índices”.

Colombia necesita madres enfocadas en valores. Que enseñen a sus hijos a amar y a respetar a Dios. Que les den fortaleza espiritual a sus hijos, porque este cimiento moral les impedirá moverse al vaivén de los acontecimientos o de las influencias malsanas.

Colombia necesita madres enfocadas hacia adentro, no hacia afuera. No centradas en lo que la sociedad de consumo impone; no en comprar marcas, sino en lo esencial. En suplir necesidades y educar en principios. Y le corresponde al Estado hacer llegar a todas las mujeres, en el sector rural y también en el urbano, esa educación gratuita y solvente que aminore los embarazos prematuros, que enseñe una sexualidad responsable. Que haga de las mujeres, madres forjadoras de hombres íntegros, responsables, formados en principios y valores aprendidos desde la cuna.

*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.