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Zunbanmicos, una vereda enterrada al sur de Girardot

Lo mismo que le ha sucedido al campo colombiano, que los padres de la patria lo han enterrado bajo su misma tierra, y lo apretujan adrede y premeditadamente con ausencia de políticas públicas, ha ocurrido con las veredas o trochas de Colombia.
Zunbanmicos, Zunbamicos, o Acapulco, vereda al sur de Girardot, no ha sido la excepción. A medida que se avanza por una placa huella que empieza a mostrarse desgastada por la inclemencia del abandono gubernamental, se tiene la sensación de que se está adentrando a un pueblo fantasma, si no fuera por la brisa golpeando la punta de los pastos que servirán de forraje para el ganado que se apacienta en el sector, y que evidencia, sin duda alguna, vida humana.
Bárbara León Gómez, gestora cultural encarnizada por la construcción de ciudad, dirigirá hoy miércoles 11 de mayo, desde las 3:00 de la tarde, un conversatorio sobre el origen de esta vereda, al parecer la más antigua de la casi ciudad, en el auditorio del Área Cultural del Banco de la República de Girardot, «para darle visibilidad», a estas comunidades rurales.
Hace parte de un proyecto presentado ante la Biblioteca del Banco de la República, consistente en escudriñar datos sobre el nacimiento de algunas veredas del municipio, su historia, su desarrollo. Lastimosamente este último aspecto, en el caso de Zumbanmicos, nunca llegó.
Es poder encontrar a las personas más longevas de cada una de las veredas, tanto del sur como del norte, «[…] y contar sus historias, esa memoria que se está perdiendo. Entonces nos la contarán y poder compilarla, y poderla presentar a las demás personas del municipio de Girardot, porque creemos que es toda la identidad». Y si no los más ancianos, jóvenes que hayan servido como cofres sagrados para guardar el privilegio del recuerdo que trae consigo la tradición oral.
No se equivoca León Gómez al afirmar que «los recuerdos de nuestros mayores siempre nos ayudan a decirnos de dónde venimos, para dónde vamos, qué hemos sido y qué podemos ser». Con las últimas tres palabras logra romper el hechizo que ha recaído sobre la historia de la ciudad sin las acacias, en el que se repite y repite incansablemente su época de apogeo y opulencia, sin que sirva como un tensiómetro que permita medir la presión arterial de Girardot, y el futuro que le depara, si no se aplican los medicamentos correctivos, ¡ya!
Relata haber encontrado en la visita a la vereda con su grupo de trabajo, el 16 de febrero de este año, personas dispuestas al diálogo, amables, gratas, muy contentas, «Con muchas dificultades, pero con muchas ganas de contarnos cosas que nosotros, máximo podemos escucharlas, más no poder solucionarlas», advierte con toda la razón.
Tiene esta vereda, al parecer, su mayor número de población concentrada en los adultos mayores, tal vez porque se dejó de sembrar y pescar, «creo que por la cuestión de la minería», dice indecisa León Gómez. Esa ausencia de cosecha y pesca hizo que la juventud lentamente se volcara a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Diáspora interna que ha ocurrido en todo el territorio nacional.
En el conversatorio se encontrará doña Amalia. Una señora de 85 años que ha estado toda su vida en el territorio. Ella es la que les relató de qué manera se purificaba el agua con una mata, en la época que no había acueducto en la vereda.
O el compañero del equipo que encontró la historia de unos gigantes que habitaron en el sector, y otros aspectos mágicos, que también se escuchan desprevenidamente.
La gastronomía esta vez también hace presencia indispensable, con dulces y sancocho de gallina. Aquel que se vendía mucho antes de la pandemia, todos los domingos, en la esquina del colegio Francisco Manzanera Henríquez de Girardot. Hoy reubicado a una cuadra hacia el norte, sobre la avenida Nariño, cerca al conocido Club de Caza, Tiro y Pesca.
Algo sí alcanza a menguar la esperanza de que la historia rural, la del labriego y la campesina todo terreno se pueda conocer extensamente. Es con lo que se encontraron en el trabajo de campo los investigadores, y es que posiblemente no se logró el propósito principal, porque «las personas más antiguas que han quedado en la vereda, los padres no les relataron completamente la historia».
Esto, y que en Zumbanmicos se esté explotando la minería, o se proyecte el negocio de urbanizarlo, hace que sienta «[…]que es una vereda que está desapareciendo como vereda, como zona rural. Y bueno, por lo que vimos y por lo que hemos estado mirando, observando, preguntando», analiza y vaticina de manera muy personal, Bárbara, la fundadora del Club de Lectura Girardot.
De todo lo que hablé con esta incansable gestora cultural, me quedo con una frase que contrasta de tajo y sin ambages la realidad entre el campo y la ciudad: «Estos adultos mayores viven en una zona muy tranquila, hay unos paisajes muy hermosos, también están en las playas del río. Me parece que es una fortaleza que tienen ellos, que se podría, digamos, activar como turismo ecológico. Sería una fuente de entrada y de atracción para los jóvenes que lleguen, y los hijos, y los nietos […]».
Habrá que esperar hasta las 3:00 de la tarde de hoy miércoles, para saber si sus habitantes, testigos de años de abandono, pueden vivir con el mismo romanticismo.
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