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Nadie quiere responder por este incendio

Nadie quiere responder por este incendio

El atentado contra Miguel Uribe Turbay perpetrado por un menor de edad el pasado 7 de junio, que terminó en su deceso el lunes (11.08.2025), luego de más de dos meses de incertidumbre para su familia, sirvió, sirve y servirá de combustible para que continúen alentando a la violencia verbal, que incentiva la violencia urbana y rural en este país.

Colombianos y extranjeros entrometidos interesados en terminar de desestabilizar a una Colombia tambaleante: unos, porque pescar en rio revuelto trae ganancias a granel, y otros, ventrílocuos de los primeros y cajas de resonancia de los medios de comunicación entregados a la deshonra de ellos mismos.

Por todas las dudas que rodearon el atentado, hoy asesinato: el autor o autores intelectuales; los móviles personales o políticos que lo provocaron, y sobre todo, la situación médica de la víctima durante más de sesenta días de padecimiento, y aspectos más especulativos que veraces, hicieron que no escribiera sobre lo ocurrido por respeto a todos; porque la vida y la dignidad sí importan por encima de cualquier discusión.

Todo esto, a pesar de que las consecuencias del hoy homicidio tiñen de claro oscuro el futuro del país, habida cuenta de que unos y otros se aprestan  a sacar ventaja y ganancias a su favor, así esto implique izar un cadáver como estandarte.

Con lo sucedido, nuevamente asoman temas como la instrumentalización de menores de edad por organizaciones criminales, amén a que el sistema penal para los primeros es menos punitivo; la convulsión política más radicalizada desde que el progresismo alcanzó la presidencia de la república por elección popular, provocando una guerra dirigida desde lo mediático, por aquellas facciones reacias a dejar de gozar de sus privilegios producto de derechos arrebatados.

Ante estas realidades y la necesidad urgente de mesura y decencia de todos y todas, las narrativas creadas y recreadas por el púlpito de seguidores de uno y otro bando (izquierdas y derechas  como tendencia de país) han sido abominables, repudiables, en una palabra, indignas. Qué mejor ejemplo que lo ocurrido minutos después del atentado contra Uribe Turbay: los más abejas y audaces arremetieron contra su enemigo político (izquierdas o derechas) señalando como culpable a su opositor: seguidores de la diestra no titubearon en indicar como culpable, aún hoy lo hacen, al presidente de la república Gustavo Petro; por su «discurso incendiario y populista». Pero si el asesinato provino de un sector disidente de la guerrilla o de la delincuencia común, también es responsabilidad del presidente, porque en el primer caso son «sus compadres» los que actuaron con violencia, y en la segunda hipótesis, porque con la estrategia de la Paz Total como política de gobierno, lo que el presidente hizo fue «entregarle el país a la delincuencia».

Simultáneamente, no pocos de la izquierda, sin pudor y pasando por encima de la tragedia humana, sin evidencia alguna, guiados por el sin qué hacer o no sé qué sentimiento negativo, dictaminaron que el hecho era un autoatentado, llegando al límite de sugerir, se lo escuché decir a alguien, que el cuerpo médico estaba amangualado con la farsa.  

Cuando me enteré de la noticia del fallecimiento de Miguel Uribe Turbay, me pregunté: ¿qué otra verdad a priori, que otra narrativa expondrán los unos y los otros que, espueleados por discursos corruptos, caudillistas, megalómanos, intransigentes, abren la boca acusando que el incendio viene de la otro orilla, cuando son sus mismas lenguas las que inflaman y calcinan sin importar ruinas y víctimas que en coro ayudan a apilar, para luego sorprenderse por el fuego que los comienza a quemar, creyéndose inofensivos y víctimas también de los demás?

No es deseable que alguien muera por una causa si no es su voluntad. Pero en este caso sería paradójico pero esperanzador que pasado este sacudón que aturde y confunde, concurra el diálogo y los acuerdos pacíficos para lograr la reconciliación del país desde las ideas no violentas, siendo el legado que deje esta tragedia que no es que reaparezca en el país, sino que esta vez la hicieron visible.

*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.