Columnistas
Los mal llamados debates políticos

Pienso que los debates políticos son una herramienta importante que tiene la democracia antes de cualquier elección popular. Tienen la virtud, parcialmente, de desnudar personalidades, sopesar caracteres y confrontar conceptos programáticos en igualdad de condiciones.
Pero nada de lo anterior se da si la controversia se cambia por exposición, la discusión por reconocimientos mutuos y la discrepancia por la coincidencia de conceptos técnicos y programáticos.
Es imposible que el ciudadano votante llegue hasta el alma misma de cada candidato, en este caso, a la alcaldía de Girardot, si el escenario termina siendo un espacio soso y plano en donde solamente se escuchan exposiciones, explicaciones y justificaciones sobre algunos puntos de sus programas de gobierno, y una que otra especulación sobre soluciones a algunos problemas administrativos del municipio.
De hecho el significado de debate es «controversia»; y de controversia, «discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas». Lo que hemos escuchado en lo más reciente, no se acerca ni de riesgos a la pretensión real de debatir.
Y no quiere decir esto, entonces, que se conviertan los medios de comunicación en un cuadrilátero político en donde la plebe se reúna alrededor de él, para escuchar de cerca cómo se masacran con ofensas, insultos y calumnias los gladiadores modernos, esgrimiendo como única arma su desparpajo y cínica frialdad.
Antes por el contrario, lo que se persigue es que el ciudadano tenga la posibilidad de encontrarse enfrente a hombres y mujeres que por sus capacidades profesionales y virtudes personales estén dispuestos a enfrentarse decente e inteligentemente con sus adversarios. Que las ideas programáticas sean el epicentro de la contienda, desde donde alrededor de ellas el coraje, la templanza, la firmeza de carácter, el carisma, el respeto sin servilismo, el señalamiento con pruebas y argumentos, puedan ser medidos desde cada quien, dejando una luz de claridad sobre la decisión final de elegir.
No ha sido así. Se ha carecido de tonos altisonantes, de señalamientos concretos, de exigencias perentorias, de discrepancias sustanciales, en una palabra… en el escenario ha estado ausente el debate; ese ingrediente necesario que más allá de ser un espectáculo morboso, resulta ser un evento revelador de personalidades y verdades.
Por supuesto que alrededor de tan prometedor momento van a desfilar las falacias y los exabruptos conceptuales. Claro que empezarán a brotar a través de cada micrófono una que otra «mentirilla piadosa»; uno que otro número invertido; una que otra cifra «equivocada», y unas cuantas improvisaciones ante la incapacidad de contestar honestamente. Pero es precisamente allí cuando la astucia, la inteligencia, el análisis, la memoria, tienen que hacer su aparición para que el elector, como en el juego de la bolita, sepa en qué mano se esconde la mentira, y cuál es el candidato que más se acerca a la transparencia y la verdad. (Decir esto último de otra manera, sería una utopía).
Pero además de la carencia de posiciones diferentes y discutibles, hay otro elemento que refuerza el anterior análisis. Y es que si quien pregunta no recibe a cambio una respuesta, en este caso inmediata, porque el supuesto receptor no se encuentra presente para responder, mucho menos podemos pretender hablar de debates políticos; es un error que desvirtúa de entrada cualquier intención que persiga poner sobre el tapiz un tema de interés común desde diferentes aristas, si al otro lado no hay un voz que confirme «mensaje recibido», a través de una reacción o réplica.
No son los nombres los que le colocan la impronta a un evento como el que nos trae; es su metodología y cómo se desarrolla, lo que permite acercarse a una discusión acalorada y emotiva, pero decente e inteligente; y no una seguidilla de preguntas, muchas ya desgastadas por el uso y el desuso de los años. Y menos con preguntas, algunas interesantes y necesarias, lanzadas al vacío.
No está mal que se den esa clase de reuniones «amistosas» entre los candidatos a la alcaldía de Girardot. Lo que sí es una equivocación es que se califique de debate un encuentro en donde la disensión y las diferencias alrededor de un mismo tema son una ilusión más que tiene el ciudadano en época de elecciones.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.