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¡Érase una vez Girardot!

He criticado en anteriores ocasiones cómo la historia más lejana de Girardot la han convertido en un discurso irrelevante, porque no aporta al presente de la casi ciudad. Se reincide, sin propósito cierto, en los mismos relatos añejos decorados con briznas de añoranza, aceptando sin saberlo, que no se ha construido nada positivo en el pasado más reciente, y siendo así, dentro de seis años la única historia bonita para narrar tendrá más de un siglo de sucedida.
Es importante, y necesario, entonces, echar mano de lo poco que se ha logrado construir en los últimos veinte años del siglo pasado, o en estos veinticuatro años del siglo XXI, no para entronizar ni idealizar seres humanos de carne y hueso, sino para que la construcción de ciudad y de país no terminen siendo un eufemismo retórico sino una posibilidad tangible y palpable, como en verdad puede serlo.
Por esa proclividad a quedarse en la historia local de antes de mitad del siglo XX, se ha anquilosado el progreso de Girardot como concepto de ciudad, sin la posibilidad de proponer un ser humano sensible, respetuoso y empático con su entorno, como materia prima reemplazable pero importante.
Las anteriores son algunas razones que justifican la publicación de un reportaje que escribí sobre el hogar de paso que se fundó en la casi ciudad, va a ser el próximo 9 de octubre, diecisiete años.
Vaya si fue un trabajo extenuante lograrlo, no desde lo físico ni lo intelectual sino desde la paciencia; Nacira Inés Contreras de Castillo por más de ocho años se negó irredenta a concederme una entrevista para hablar sobre la obra que ella imaginó, dibujó y construyó, por supuesto, con la ayuda de más personas interesadas en proteger seres humanos vulnerables, a los habitantes de calle.
Ese rechazo obstinado, casi antipático, si no se conoce o se entiende su desprecio por el estrellato (a ser entrevistada, fotografiada, replicada), retardó la historia sobre un lugar que sirve de sosiego y refugio a cuerpos cansados, y de abrigo a almas extraviadas en la indignidad, la desesperanza y el ostracismo.
El negociazo que hizo Dios en Girardot es el nombre del reportaje. Mi invitación es que le dediquen tiempo para leerlo completo; nueve páginas para entender la importancia que pueden significar las pequeñas ideas que, como el grano de mostaza, al principio parecen insignificantes, pero que con el tiempo «[…] es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas».
Si para alguien la existencia de este refugio es insignificante, tengo la certeza de que, para las diez, doce o veinte personas que tienen la posibilidad con $6000 de asearse, alimentarse y dormir protegidos bajo techo si no es un privilegio, sí es una bendición.
Pero volvamos al principio, a la urgente necesidad de reconstruir una ciudad que, vista desde lo social, lo financiero, lo ambiental, lo laboral, lo cultural, lo ciudadano, lo moral sea viable. Porque es necesario, más que interesante, hacer la reflexión si con todo lo que ha ocurrido en los recientes años, sobre todo en los últimos tres cuatrienios de gobiernos inútiles, hay algún indicio que indique que se está haciendo lo correcto en lo administrativo y lo ciudadano que propicie la viabilidad de Girardot como ciudad.
La historia, que siempre tiene la connotación de pasado, hay que elaborarla con filigrana si al final de la jornada se quiere una obra, si no de arte, sí elogiable y merecedora de mostrar, recordar, y si es tan valiosa, hasta repetir. Imaginen en 15 o 20 años qué tendrán los girardoteños para contar y mostrar positivo a sus nietos, bisnietos, amigos o visitantes que haya sucedido en su casi ciudad.
Se ha normalizado la corrupción; la violencia y la agresión se han vuelto costumbre; la empresa de aseo es antagónica a su propósito, con contenedores desbordados de basura son las mansiones de decenas de aves carroñeras. ¡Una casi ciudad sucia por excelencia!; la calidad de la educación en los colegios públicos y privados no ha alcanzado para distinguirse entre los mejores, ni siquiera de Cundinamarca; continúa cayéndose el Teatro Cultural Luis Enrique Osorio, mientas se encuentra en extinción el patrimonio arquitectónico de todo el municipio; la gestión para recuperar el puente Férreo nunca ha existido; el turismo sostenible no está en la agenda, aunque despilfarren miles de millones de pesos anualmente en el Reinado Nacional del Turismo (RNT) hoy es aún más débil la industria sin chimeneas.
Se carece de bibliotecas públicas del municipio que acompañen procesos de educación y cultura; la irracional invasión del espacio público deja ver a Girardot como uno de los municipios con menos autoridad y menos cultura ciudadana. El desgreño desde hace muchísimos años en las instalaciones de las instituciones oficiales habla por sí mismo de la mentalidad parroquial de quienes han gobernado el municipio. Se continúa hablando del malecón, pero de las Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR), silencio absoluto; un alto endeudamiento resultado de viejos gobiernos que hoy no se ve invertido en casi nada. Un altísimo índice de desempleo que porque el DANE no lo refleje no significa que no exista (es suficiente revisar el poder adquisitivo de los girardoteños).
Se pueden escribir cuartillas enteras de lo que le resta a Girardot el carácter de ciudad, pero es inútil, nadie escucha. Se sabe lo que le han negado y saqueado a la casi ciudad sin las acacias, pero no ha importado.
Si a Girardot aun le alcanza el buen pasado para contarlo en su presente, ¿habrá lo suficiente en el presente para mostrarlo en el futuro?
*Condecoración Periodismo Vivo Antonio Nariño 2024, Mérito a la Mejor Columna de Opinión.
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