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El claroscuro de los Caños del Norte

Sin ninguna sorpresa ni admiración fue recibida la finalización de las obras de los Caños del Norte. Tal vez porque de tanto esperar se perdió la expectativa y el gusto por lo que realmente significa uno de los proyectos más importantes en Girardot.
Plus Publicación en su edición en papel número 4, en mayo de 2016, en un reportaje amplio sobre el inicio, los pormenores de construcción y los sinsabores de algunos propietarios del sector conoció, por parte del arquitecto Wilson Ramiro Facio Lince, que la fecha de iniciación estaba fijada para el 28 de abril de 2014, con un tiempo de duración de doce meses.
Un año convertido en setenta y ocho lánguidos meses debatiéndose entre dos o tres fuertes inviernos, situaciones estructurales imprevistas, contratos de interventoría a cuenta gotas con renovaciones lentas e incomprensibles fueron destiñendo la obra, para mí, la más importante de las dos o tres últimas décadas en la casi ciudad.
Girardot ha celebrado por menos. Se ha visto insomne por la llegada de dos o tres centros comerciales, que más allá de ofrecer empleo exclusivamente para cargos básicos no generan ninguna utilidad financiera, porque gran cantidad, si no todo de lo recaudado va a parar a cuentas nacionales que no robustecen la economía local. Claro, quedan las tan aclamadas promociones que no son otra cosa que vender los electrodomésticos por un valor más racional y menos ventajoso que lo acostumbrado.
Pero si realmente existe una obra que debe perdurar en el tiempo, con algunos complementos a su alrededor, y que beneficia materialmente no solo a los girardoteños y residentes, sino también, y de qué manera, a los visitantes y turistas, es la construida en el tradicional sector conocido como los Caños del Norte. Une el centro de la casi ciudad con un área muy poblada del norte descongestionando vías alternas como un sector de la décima, y abriendo otra opción de acceso a barrios alejados como el Kennedy, El Triunfo, Primero de Enero, Portachuelo, o barrios aledaños como Santa Rita, Rosablanca, Blanco, o conjuntos cerrados como Alicante I y II.
Hay otras vías alternas como La Cuarenta, que lleva muchos años construida ubicada en el noroccidente de Girardot, que empalma con la carretera que conduce hacia Tocaima y que sirve como corredor de fácil acceso para los turistas que desde estos municipios se dirigen a El Peñón, o a barrios y conjuntos cerrados aledaños.
Pero esta avenida (por darle un nombre) ha permanecido la mayor parte de su historia en constante deterioro con innumerables arreglos que afectan la movilidad y bienestar de los viajeros, además de la tranquilidad y salud de los residentes del lugar. Sabe Dios a ciencia cierta cuántos millones de pesos hay enterrados allí subsanando fallas estructurales derivadas, posiblemente, del alto flujo vehicular que soporta, aunque desde su construcción se conocía de antemano que esa era su condición esencial. Al fin y al cabo esa era la justificación del proyecto.
Mientras tanto la construcción de los Caños del Norte, mirada desde la concepción urbanística que debe significar, es de mayor envergadura, no por el costo y sobre costo de la misma, sino porque es innegable que aporta a la movilidad y descongestión vehicular, sin menospreciar el embellecimiento que ofrece si se compara con el matorral inseguro y maloliente que se desbordaba amenazante ocho o nueve años atrás.
Pero la demora en el tiempo, la infinidad de excusas que se esgrimieron para capotear los meses de inactividad, el sobrecosto que puede ascender a los $3 000 000 millones de pesos, pueden ser factores definitivos para que los girardoteños no se hayan dado por enterados de lo que sucedió en este sector de la casi ciudad.
Y si hay que reconocer el cambio urbanístico, de salubridad y seguridad en el entorno, también es importante estar atentos a lo que ocurrió, ocurre y va a ocurrir con las personas de algunos conjuntos cerrados aledaños a la obra, o barrios como Santa Rita o Rosa Blanca que manifiestan que sus inmuebles salieron perjudicados por la construcción de la avenida sin que se les haya reconocido hasta la fecha el valor de los daños.
Versión contraria a la que entrega el arquitecto Ramiro Facio Lince, autor directo de la obra, quien asegura con propiedad y conocimiento que dentro del debido proceso que se adelanta en situaciones como estas, se levantaron las actas de vecindad «antes de iniciar la obra para verificar el estado de las viviendas que están adyacentes al proyecto».
Enfatizando en que «El balance que le puedo dar ya de primera mano, es que en un porcentaje demasiado alto, muy alto diría yo, la mayor parte de las actas de vecindad iniciales al cotejarlas con la acta final arrojan como resultado que se mantienen las mismas condiciones de las viviendas». Quiere decir esto, explica el arquitecto, que las fisuras y agrietamientos encontrados al inicio se mantienen, « […] no obedeciendo al desarrollo de la obra». (Entrevista del 7 de octubre de 2020).
Así las cosas recibimos esta avenida para el desarrollo de la casi ciudad, pero continuamos atentos al tema que nos debe interesar y preocupar como periodistas, y es quién tiene la razón en esta situación que tiene que ver con el estado de algunas viviendas ubicadas en el área de influencia.
No se debe perder el norte, en los Caños del Norte.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.