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El adiós de los «intocables»

Terminados los festejos, algarabías y quemados de las fiestas navideñas y principio del 2020, desde el siete de enero realmente empezó una nueva etapa en la administración municipal de esta casi ciudad que ansía en silencio, pero con expectativa cierta, salir de este torbellino que la ha sumergido en un espiral de corrupción, componendas, falacias, confabulaciones, desaciertos y despilfarros administrativos. (No de ayer, sino desde hace muchas, pero muchas administraciones).
El dos de enero a las diez de la mañana el ambiente en el lúgubre «palacio» municipal era evidente; un silencio que arrastraba la cola de un perezoso se veía subir por las paredes ennegrecidas y patéticas de su estructura física, que con tristeza presagiada pero auténtica se aferraba, sin ninguna opción, a desalojar lo que hasta hacía poco había sido su imperio, su trinchera, su trono sin corona.
Rostros desencajados, mascullando pesar por dejar lo que olvidaron era prestado; prestado, pero con remuneración económica, no para atropellar ni tampoco para servir arrodillados, sino para atender con amabilidad, celeridad y eficiencia.
Alcancé a ver pena en algunos rostros; no se identificar aún si era pena de tristeza por tener que dejar de contribuir al desarrollo de la casi ciudad, o por el contrario, vergüenza por no haber realizado su misión con pulcritud, prontitud y honestidad, robándole literalmente la oportunidad a Girardot de recomponerse un tanto y de reiniciar un camino que ya de por sí, varios gobiernos de cuatrienios anteriores, destrozaron en sus fauces siempre abiertas e insaciables.
A partir del 7 de enero se debe dar por descontada la prestancia profesional, las capacidades técnicas, administrativas y operativas de los que dirigirán cada una de las secretarías de esta nueva administración. Ha existido el tiempo suficiente y las mesas de trabajo necesarias para que el tema esté definido positivamente; aunque faltan dos o tres nombramientos que marcarán diferencia en lo que se pretende adelantar en temas de cultura y turismo.
Pero esencialmente, lo que abre un compás de espera es la actitud de servicio que este nuevo gabinete con sus colaboradores y asesores pueda ofrecer a la comunidad. Ya el pueblo se ha acostumbrado, pero no resignado, a los malos tratos y actitudes groseras de individuos de administraciones pasadas, que ya desalojaron porque se les terminó su cuarto de hora, pero continúan los que se jactan de estar en carrera administrativa, o los que por sus capacidades histriónicas saltan como malabaristas circenses buscando el árbol que mejor les arrope sus limitaciones profesionales.
Como jinetes ebrios de soberbia y orgullo malsano han cabalgado sobre corceles arrolladores y desbocados que son sus enfermos egos, buscando entre sus papeles y quehaceres administrativos valía real para sus desgastadas autoestimas. Durante cuatrienios enteros han hecho de sus oficinas y despachos el diván en donde el pueblo ha servido de paliativo y placebo para atenuar y disimular sus escaseces de personalidad y de carácter.
Este es el otro reto de esta nueva administración. Contar con personas que tengan en su sonrisa la bienvenida a la capacidad de servir sin hincarse. Que puedan mirar a los ojos cuando se les habla en signo de atención y respeto. Que no se escuden en derechos de petición cada vez que un usuario o contribuyente solicita una información, por la pereza de no abrir una carpeta que tienen sobre su desordenado escritorio, y el afán de comenzar el vigésimo café a las nueve de la mañana.
El reto es contratar personas que no se iluminen con aureolas, convencidas de que son únicas, imprescindibles e intocables. Que les llame tanto la atención el desarrapado y mal oliente ciudadano, para prestarle atención y solución a sus problemas, como el que llega con el aroma de la boutique más costosa y la punta de la chequera haciendo cocos desde la boca de un lagarto (hablo de la marca comercial, no de camaleones mutantes).
Tiene esta nueva administración el desafío de enaltecer al ser humano, al ciudadano, que con sus impuestos y respeto a las normas contribuye al mantenimiento y construcción de un municipio que ansía el progreso pero no ha sabido llegar a él. Enaltecerlo sin beneficios exclusivos; sin prebendas, sin exenciones negociadas, sin privilegios justificados, sin tratos preferentes, como en algunos casos pudo suceder en administraciones pasadas.
Va siendo hora de que los funcionarios aprendan a diferenciar entre servilismo y servicio. Lo primero, es lo que les ofrecen a quienes necesitan, lo segundo, es la bandera que debe custodiar cada dependencia de esta nueva administración.
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