Columnistas


El oficio periodístico no cabe en una billetera

El oficio periodístico no cabe en una billetera

Un tema, que al menos en la cotidianidad no se agota, es el de la ética en el ejercicio del periodismo. Aunque esta, de manera singular hace parte irrefutable de cada quien, como impronta e identificación moral, no deja de coexistir dentro de un grupo social en el que se comparten y codifican actitudes y comportamientos en procura de una convivencia equilibrada, decente en lo posible.

Pero resulta que la ética vista como una marca que rotula y distingue individualmente, de acuerdo a los propósitos y conveniencias de su propietario, resulta más compleja cuando de ejercer el periodismo se trata, porque compromete el futuro de los pueblos y de las naciones, dependiendo de la forma como se comunica la noticia y se presenta la opinión.

Ya se ha mencionado hasta el agotamiento que haber acabado con las escuelas de periodismo y haber engendrado ese coctel ambiguo y ambivalente, en donde el concepto organizacional domina y minimiza la rigurosidad en la investigación periodística, la delicia de reportear, el arte de escribir, la innovación en nuevas formas digitales para informar, atentó contra el ejercicio de un periodismo puro que es el que reclaman y protegen los países en democracia.

Pero no solo es el defecto de una profesión híbrida (Comunicación Social y Periodismo) la que ha afectado el ejercicio desde lo ético, sino también, y en mayor grado, el empirismo adrede que hoy cabe en la pantalla de un teléfono inteligente y un trípode, desde donde se pretende cubrir las noticias mas importantes, o realizar las más reveladoras y exuberantes crónicas y reportajes, siendo la premura, las emociones y la superficialidad quienes asestan la estocada final para que la información sea sesgada, escasa en calidad, pero masiva en tráfico porque la mayoría de las veces se edita o se titula para que alimente el morbo, producto de antipatías y simpatías, detractores y amigos.

Acompañando ese empirismo que no es dañino en su forma sino en su fondo, porque varios que lo viven no se preocupan por autocapacitarse, consumir (en toda la extensión de la palabra) literatura que forje el carácter y afiance los conocimientos, está la pésima decisión de pretender vivir en abundancia económica con el oficio periodístico, muchas veces incluso pensando ingenuamente que a través de él en Colombia se puede construir un capital económico importante. Algunos lo han logrado, pero en épocas y condiciones diferentes. Hoy en día grandes cadenas radiales, por ejemplo, no requieren de un comunicador social y periodista, sino de un periodista con énfasis en ventas, porque además de informar debe vender para garantizar su estabilidad laboral. Ha faltado que la academia adicione la cátedra de ventas en el plan de estudios del pregrado, ya que en la mayoría de ellas no se ve la Ética como prioridad académica en ningún semestre.

Esa decisión equivocada, en donde la escasez de oportunidades comerciales, contrastada con la innumerable cantidad de plataformas informativas que terminan siendo competencia, conduce a que la mayoría de las veces se comprometa el ejercicio con la necesidad económica, entregándose sin reparos y casi a satisfacción al mejor postor, que en la mayoría de municipios son sin lugar a dudas sus gobernantes. A ellos se les vende el alma, que es prácticamente como si se la vendieran al mismísimo diablo. Es entonces cuando algunos medios y sobrevaloradas páginas de seguidores (fan page) terminan siendo extensiones de las oficinas de prensa municipales o departamentales.

En esa comunión, comercial por excelencia, en donde quienes caen en ella trabajan más como grupos de presión en consecución de prebendas y ventajas personales, se dedica más tiempo en atosigar, adular y limpiarle la solapa a sus benefactores, que en investigar o ahondar en un hecho que necesita ser bien tratado para entregarlo a la comunidad.

La dependencia puede ser tan descarada y desobligante para con la audiencia, que como anécdota recuerdo que en pleno Aislamiento Preventivo Obligatorio un comunicador en Girardot, en una transmisión en directo, tenía un tapaboca decorado con el eslogan político del alcalde de turno. Un buen ejemplo para ser analizado en la academia. ¿Era el tapaboca un mensaje inconsciente e indirecto de la dependencia y sumisión de esa persona con el gobernante? ¿Hacía parte de la publicidad? ¿Fue una casualidad desafortunada, producto del afán y la premura? Como sea, permite, de alguna manera, relacionar ese detalle con el enfoque de sus comunicaciones.

Pero la experiencia demuestra que no es solamente con los gobernantes que algunos se hincan de rodillas. Se ha establecido equivocadamente que los silencios, los permisos, los cuestionarios entregados a funcionarios, solamente se presentan en el sector público. Pues no. También existe una complicidad malsana cuando el periodista por obtener una pauta publicitaria deja de denunciar anomalías de empresas privadas.

Una casi ciudad que mantiene sus calles llenas de basura durante veinticuatro horas, o en la que negocios de gran prestigio y capacidad económica invaden el espacio público, u hoteles con tradición promueven el desorden y la suciedad en contravía de practicar y propiciar un turismo sostenible, ve comprometida su viabilidad si el periodista obvia la denuncia y la crítica como estrategia comercial para lograr una pauta publicitaria.

También puede llamar la atención por qué los medios nacionales en la época reciente no tratan el tema de la inseguridad en Girardot; la negativa de un juez de la república a aceptar en segunda instancia una tutela para que se ponga a funcionar un ascensor en un edificio con cinco pisos, hablando de la Alcaldía; por qué no se divulga el cierre del puente Ospina Pérez, con toda su afectación socioeconómica,  próximo a cumplir un año de interrumpir el paso vehicular y peatonal entre Cundinamarca y Tolima. ¿No hay quién se los cuente?

Nadie con sensatez puede aspirar a practicar el periodismo como el camino expedito para hacerse millonario, menos en Colombia, y mucho menos en la provincia. Pero tampoco nadie está en la obligación de vivir con escasez porque su profesión ejercida honestamente no le es rentable. Aquí se llega a un punto de inflexión, o se vive decentemente con el oficio que se escogió, o se claudica y se emprende una nueva empresa. Hay una gran distancia entre hacer almojábanas para vivir, o ejercer el periodismo para sobrevivir.

Cualquier decisión es respetable, siempre y cuando no sea la de perjudicar a la comunidad en general porque la ética de la conveniencia, la visceral, dicta que es permitido vender la información al mejor postor, sin importar las consecuencias sociales, económicas, culturales de los pueblos.

Siempre será un tema de nunca terminar.

*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.