Columnistas
Colombia Vs. Estados Unidos: ¿un error convertido en oportunidad?

Las desavenencias personales llevadas a la anti-diplomacia entre el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y el coloso del mundo, Donald Trump, presidente de la tierra del Tío Sam (Uncle Sam), sirvió como preámbulo a una serie de medidas proteccionistas que dejan entrever el talante avasallador e impositivo no solo del nuevo presidente sino del país que dirige, en su larga historia como dueño del mundo.
Con el ánimo de expresarme con franqueza, debo señalar que estoy dentro del grupo de personas que, mirando las consecuencias de unos trinos «macondianos» escritos con una pasión desprovista de diplomacia, considero que se arriesgó demasiado frente a lo que se podría o puede perderse; porque a mi parecer esto hasta ahora comienza.
Esa confrontación relámpago entre el coloso y el sumiso súbdito de antaño que alertó a inversionistas y empresarios colombianos, que avivó el nacionalismo norteamericano y recrudeció la animadversión de muchos colombianos contra otros compatriotas que piensan diferente, debe servir para algo más útil que terminar de incendiar un país que no termina de arder en medio de odios, rencores, mentiras, hipocresías, corrupción, ausente de un nacionalismo que coloque en la cima de la discusión la unidad de la nación y no su agresión mutua.
Debe servir para entender la necesidad que tiene este país latinoamericano, único de Suramérica delimitado por dos océanos, el segundo más biodiverso del mundo, pero claro, también con todas las inequidades posibles, de destetarse, de emanciparse comercialmente de los Estados Unidos de América. Pero advierto, no lo digo irresponsablemente para que se haga de manera inconsulta, al libre albedrío de ideologías antiimperialistas.
Esta diferencia diplomática, nacida de la emoción, pero también de la necesidad de establecer límites y fijar posiciones, invita a analizar la necesidad de que Colombia dirija su mirada hacia otros mercados en otros continentes con los que se pueda negociar sin que la amenaza económica, las extorsiones o los chantajes «diplomáticos» sean el código de barras con el que Colombia deba obedecer sin chistar palabra. ¡Ejemplos cercanos, todos!
Lo que viene sucediendo en la economía internacional y las relaciones diplomáticas desde que Estados Unidos eligió a su nuevo presidente de la república tiene que servir como advertencia de lo que puede ocurrir en cualquier momento, cuando alguno de los que se ha ceñido por generaciones a su cintura de manera enceguecida y obstinada diga algo que no sea del agrado del gigante del norte. El solo decir, «negros son tus ojos», puede significar un bloqueo económico impensado, sin precedentes, que sumerja a toda una nación en un ostracismo económico devastador.
Conociendo de antemano la facilidad para tergiversar que tienen algunos colombianos, subrayo que lo que sugiero no es la ruptura diplomática con los Estados Unidos, ni mucho menos las relaciones comerciales; posición chovinista, ingenua y estúpida que no comparto. Y no la comparto porque es necio desconocer la importancia que en la economía mundial tiene el país del norte.
Lo que digo es que no hay independencia, ni soberanía, ni autonomía como país, si el discurso se mantiene casi en silencio, en un leve susurro que no lo alcanza a escuchar a quien se le dirige. Si las negociaciones, de cualquier índole, deben realizarse bajo un complejo de inferioridad infundado ancestral y hereditariamente, en donde asentir en todo momento sea la marca registrada, la impronta de lo que se importa y lo que se exporta.
Y si el tema es de soberanía, su discusión debe ser práctica y no romántica; hay suficientes ejemplos de cómo la relación no es equilibrada. En la guerra contra el narcotráfico Colombia carga hace varias décadas con la renombrada certificación o descertificación, implantada por los norteamericanos como una política antidrogas en donde se combate la oferta y la demanda de estupefacientes provenientes del tráfico ilícito de drogas.
Desde el principio ha sido una «[…] decisión unilateral de los Estados Unidos, y más concretamente del Ejecutivo […] de conocer la opinión que el presidente y su equipo tienen cada año […]», sobre cómo se avanza en nuestro país en la lucha contra el narcotráfico, para certificarla o no. No obstante, la pregunta que ha rondado en el mundo tiene que ver con el alto consumo de drogas y muertes por sobredosis en los Estados Unidos, en donde los números nos los favorecen; ¿a ellos quién los certifica o descertifica? ¿Nadie?
Desde el momento en que Gustavo Petro trinó sus mensajes de medianoche, los medios de comunicación obedeciendo conductas aprendidas de sus patrones dieron a entender desde la madrugada de sus noticieros, durante toda la semana anterior y lo que va corrida de esta, que la mano justa y ecuánime del país más neutral del mundo caería con razón sobre Colombia y toda la América.
Los hechos demostraron lo contrario: el exembajador de Estados Unidos en Colombia, Francisco Palmieri, fue requerido por el gobierno de Trump el viernes 24 de enero; la diferencia diplomática se presentó en la madrugada del sábado 25 de enero pasado. Dudo que la Casa Blanca tenga agoreros o brujos que adivinen el futuro desde la diplomacia.
Ocho días después de que el norteamericano amenazara a Colombia cobrar aranceles del 25% y 50% a las exportaciones, también lo hizo con Méjico, Canadá y China. Sobre el Canal de Panamá dice que «lo queremos de vuelta». Y posiblemente continuará en las próximas semanas con nuevas medidas proteccionistas que no son casuales, imprevistas ni aisladas.
La búsqueda de nuevos mercados no se puede interpretar como una pataleta de la izquierda o un raído discurso retórico sin argumentos; esta reacción del presidente norteamericano así sea la respuesta a una supuesta acción equivocada del presidente de Colombia, no debería dejarse pasar por alto. Hay demasiados ejemplos en la historia del mundo de lo que sucede cuando algún país no es de sus afectos, no obedece sus «sugerencias» o es visto como una amenaza.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.