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Una cocina al óleo

Entonces, desde esa perspectiva, mi esposa que es también muy creativa, empezó a desarrollar sus productos, y entonces llegamos al complemento de que sería un espacio muy bueno, para que aparte que la comida se presente como arte, el negocio gire en torno al arte en toda su estructura.

Una cocina al óleo

Sobre la pared principal pájaros multicolores posan sobre un alambrado, sin púas, alegres de haber encontrado su libertad en medio de especias, óleos, pescados, y plumas con tatuajes hechos por humanos.

En diagonal, una abertura rectangular se desnuda, exactamente sobre la carrera diecisiete, frente a lo que hace cuarenta y cinco años se conocía en Girardot como la «Federación de Cafeteros».  En ese entonces el aroma del café entraba por las ventanas de las casas y se anidaba en los rincones huyéndole a la ciudad.

Al fondo de la abertura rectangular, ollas, escaparates, cuchillos, fogones, aceites y parrillas acompañan a un hombre solitario, que mientras adereza su arte navega por sus recuerdos aún intactos.

Al frente de él, separado por dos mesas rústicas que se acomodan perfectamente al espacio, un escaparate le da vida a portarretratos, pájaros patilargos, recordatorios, bodegones en miniatura.  Todos aguardando la hora de abandonar al artífice que les dio la vida.

Amparo Ardila Huertas y Walter Ávila Alba inventaron un mundo en donde los colores y los olores se fusionan creando un lugar hecho de fantasías, en medio del afán que nos invita a no observar para no sentir.

Ambos de padres cundinamarqueses, llegaron a Girardot hace doce años llenos de incertidumbre y desazón.  Aunque la situación no era la mejor, la actitud sí.

Walter, profesional en cocina internacional, llegó trasladado como chef para el hotel Peñalisa de Colsubsidio, en Ricaurte.  Amparo, graduada en Arte, Diseño y Decoración en la Escuela de Artes y Letras en Bogotá, artista de tiempo completo en la capital, reconoce que el miedo calaba los huesos y que preguntas como « ¿qué voy a hacer en un pueblito como Girardot? », la atormentaban incesantemente.

Pero no.  Las cargas se fueron acomodando, y mientras Walter, su esposo, se aclimataba a las altas temperaturas, ella logró ubicarse en un espacio destinado para los artesanos en la Casa de la Cultura de Girardot.

Recuerda Amparo que le sorprendió demasiado que las personas que compartían con ella locales, no se habían programado un horario definido; trabajaban una, dos o tres horas. «A mí eso me causó mucha impresión porque yo vengo de Bogotá, y en Bogotá es trabajar, trabajar, moverse y cumplir un horario». 

Curtida en otras plazas más exigentes «Yo dije, “pues yo podría tener un horario de trabajo”; y me tomé el horario de trabajo.  Yo misma me lo programé y empecé un horario de ocho horas diarias.  ¡Y así me hice conocer!».

Reconoce que para ese entonces el gestor cultural Armando García Yepes la apoyó incondicionalmente, le brindó confianza, divulgó su arte.

LAS VACAS FLACAS

Aunque las cosas iban mucho mejor de lo que se pensó en un principio, Walter recibe una pésima e inesperada noticia: se termina el trabajo con el Hotel Peñalisa.

La incertidumbre ronda nuevamente el hogar de Amparo y Walter, emergiendo de la necesidad una pregunta ineludible, ¿qué hacer?  Con los compromisos adquiridos pisándoles los talones, con nuevas necesidades, era urgente encontrar una solución.

-Montemos un restaurante, hagamos algo diferente.  Cuenta Amparo que así surgió la idea.

Pero había una situación que agravaba todo, «no teníamos ni un solo peso; o sea que nos tocó con las uñas.  Lo hicimos casi que con nuestras propias manos todo.  Todo es todo: las mesas, las sillas fueron a crédito…todo lo hicimos nosotros y eso fue lo increíble de este negocio».

Cristian, quien también nació con la vena artística de su mamá y el talento de su padre, actualmente radicado en Argentina, hizo los dibujos que se encuentran en la pared externa del restaurante-galería, (permítanme llamarlo así), e hizo las cartas a mano.  Mientras tanto Karina, la ingeniera civil, ayudó con toda la decoración de interiores.

-Ahí ya surgió Wapa. Señala Amparo como si hablara de su tercer hijo. 

UNA PALABRA NUEVA: WAPA

Una barba abundante, que no se parece en su frondosidad a la de Walter, coronada con un gorro champiñón o estilo francés es el logotipo de Wapa. La “W” se expande sobre la superficie formando una barba igual o más esponjosa que la figura del gorro, que también podría ser un postre en forma de trébol.

Pero la idea nace de un piropo. Walter nos cuenta que él a su esposa siempre le ha dicho «wapa». Ni linda, ni hermosa, sino «wapa».

Él lo recrea:

-¡Hola wapa!, ¿cómo estás?

Lo anterior coincide mágicamente con los nombres de Walter y Amparo, para poder sacar de allí la palabra que le dio vida al proyecto de familia: Wapa Sazón Gourmet.

UN RESTAURANTE DIFERENTE

Según lo que cuenta Walter, cuando la familia decide por el negocio del restaurante-galería, lo primero que tienen claro es que pretenden algo novedoso, que se aleje de lo tradicional; algo diferente a lo que se encontraban cuando programaban salir a comer algo distinto.

-Bueno, pero qué es lo mismo…un masato, una empanada, un pastel de yuca. Señala Walter.

Después de mucho pensarlo, continúa, «nos sentamos con mis hijos, con mi esposa, y montamos una mesa del chef. Montamos diferentes platos.  Probamos, costeamos, analizamos y tomamos decisión en familia de qué platos debíamos montar y qué platos no. Cómo íbamos a manejar la operación del negocio, que fueran platos sencillos, ricos, rápidos de preparar.  En donde la respuesta del cliente sea rápida, y no tenga que sentarse a esperar un montón de tiempo».

¡Claro!, algunos alimentos no clasificaron porque «son de un nivel muy alto de acuerdo a la misma economía»; se decidió no ofrecerlos.  Quedó por fuera la jaiba, la paella, el salmón.  Todo lo justifica Walter con una frase: «Es mejor ir pasos cortos pero certeros».

Lo anterior obliga a preguntar si el público de Wapa es diferente.  Amparo lo contesta sin titubear:

-Sí. Porque llega gente como muy especial, como muy familiar.  Gente muy tranquila, gente que puede decirle a uno: “Yo quiero cambiar esto por esto” o, “quiero que me le eche un poquito más”.  O sea, como muy en familia, siempre lo he visto así y el negocio se ve en ese ámbito.

CHEF POR UNA PELEA

A Walter siempre le gustó la cocina, preparar platos especiales en su hogar de juventud.

Pero en esa época no estaba bien visto, « ¡era como si fuera costura!», lo recuerda con una exclamación.  Eso hacía entonces que estudiara en un colegio tradicional que no tenía que ver en lo absoluto con cocina.

Cualquier día «un muchacho grandote que era el terror en el colegio pasó y me pegó, y yo dije: “así sea uno que le pegue, con eso quedo contento”. Y se armó el problema».

En esa época su mejor amigo era su actual cuñado, el que lo defendió en la pelea, resultando los dos expulsados.  Ante tamaña situación Walter lo convence:

- ¡Camine, vámonos, metámonos a estudiar cocina!

Él le responde:

- ¿Cocina? Bueno, listo.

Pero las cosas fueron bien en la casa de Walter hasta cuando llegó el momento de comprar los uniformes para el SENA.  Hacer de tripas corazón y enfrentarse a su papá, gerente bancario, para actualizarlo de noticias.  « ¡Eso fue medio lío!» nos cuenta Walter. 

No fue fácil para su padre aceptar que su hijo terminaría rodeado de peroles, ollas, cucharones, aceites y delantales.

- Yo insistí, me paré firme, y dije: eso es lo que yo quiero, eso es lo que a mí me gusta y…tuvieron que aceptarlo. 

El padre dijo entonces:

--¡Bueno! Si eso es lo que usted quiere…pues hágale.  Pero esto no me gusta, no estoy de acuerdo, pero siempre lo he apoyado y lo apoyaré. Ahí están los mismos cien pesos que le estaba dando, le sigo dando y así lo apoyo.

Después de casi treinta y dos años de haberse graduado se encuentra agradecido con el SENA, porque «seguimos cocinando».  Y ni se diga del agradecimiento de Walter a aquel grandulón que originó su expulsión:

-Hoy en día gracias a ese muchacho los dos somos chefs.  ¡Donde lo veamos nos toca darle un beso!  Walter ríe sorprendido de su propia ocurrencia.

En cambio, para Amparo la situación fue completamente diferente.  No obstante que «tenía unos papás mucho más anticuados», desde el primer momento apoyaron su decisión y estuvieron todo el tiempo junto a ella.

FUSIÓN DE ARTES

Conociendo el trabajo de Amparo y Walter no es difícil pensar que en cualquier escenario a cualquiera de los dos le iría de maravilla.  Es decir, uno independiente del otro.

Pero desaprovechar la oportunidad de estar dos virtuosos, uno de la cocina y el otro de las artes plásticas, unidos en sintonía y dirección de una familia, no tendría explicación, y menos justificación.

Dice Amparo:

- Él se dedicó a sus platos, a diseñarlos, a elaborar toda la carta, cómo iba a salir.  Y yo personalmente me dediqué a la parte decorativa, a sacar ese espacio diferente, y de ahí seguí motivada para pintar.  Para sacar más productos de los que hago.

Walter complementa:

- En el restaurante de nosotros se cocina con arte, con diseño, con creatividad. Es una obra en el plato. Me encanta la decoración.  Yo entiendo que la comida aparte de ser de muy buen gusto debe ser un plato vistoso.  Por consiguiente, mis platos son arte de la mesa.

Entonces, desde esa perspectiva, mi esposa que es también muy creativa, empezó a desarrollar sus productos, y entonces llegamos al complemento de que sería un espacio muy bueno, para que aparte que la comida se presente como arte, el negocio gire en torno al arte en toda su estructura.

Ambos coinciden en que el talento de cualquiera de los dos puede funcionar sin el complemento del otro.  Pero para Amparo, el complemento es lo que hace el producto de Wapa único.  Por eso dice, « ¡nosotros creímos y por eso creamos!».

LAS FORTALEZAS

El chef, por supuesto, se siente afianzado en su cocina.  Walter es claro cuando reconoce que «mi fuerte es la cocina…y yo estoy allá, desarrollando mis platos, organizando, teniendo todo listo, para cuando lleguen nuestros clientes.

Amparo está encargada de la parte social. Atender el público, la parte artística, mostrando sus productos.

Juntos somos vendedores. Yo, desde mi cocina; cuando salen mis platos muestro mi cocina y muestro el arte que hay en mis platos.  Mis platos hablan por mí. Las obras de ellas, hablan por ella.

Pero ella está ahí, frente al cliente contándoles cómo se diseñó esa obra, cómo se desarrolló, cual es la temática.  Es el complemento de su obra con su personalidad y con su ser. Así se logra la fusión de los dos y por ende el desarrollo del negocio».

PÁJAROS

Haciendo gala de su versatilidad, Amparo se siente cómoda con cualquier expresión artística.  Pero lo que más la cautiva es el óleo, y dentro del óleo la naturaleza, y dentro de la naturaleza lo que más le encanta pintar son los pájaros.

«A mí los pájaros me dan una sensación muy grande porque ahí tenemos la paleta de colores, tenemos sus cantos, que transmiten muchísimo, su alegría. A mí el pájaro me transmite perseverancia, dedicación.

También el pájaro sufre muchísimo; aunque pareciera que está muy tranquilo siempre, pero el pájaro sufre mucha calamidad. Entonces es un reflejo muy grande y me gusta trabajar todo lo que tenga que ver con él.  ¡Mi deseo en mi corazón es pintar pájaros!».

Y como un complemento a ese gusto por los pájaros, pinta imágenes en la superficie de las plumas.  Hemos tenido la oportunidad de ver el Puente Férreo de Girardot, bohíos, paisajes, que se deslizan inermes, iridiscentes, majestuosos, sobre la barba fragmentada y única de una pluma.

EL TALLER DE LA ARTISTA

Ingresando a la casa de Amparo y Walter, sobre el costado derecho del garaje hay un cuarto que cerrado puede insinuar ser un cuarto de San Alejo abandonado y corroído.  Pero una vez abierto, lo que se descubre en su interior es una gama de colores, paletas, pinceles, acuarelas, témperas, superficies manchadas con pintura, bastidores, todo en un mueble que tan pronto se despliega, permite que la imaginación tome vuelo sin censura ni cortapisas, expandiéndose como lo hace el arte encantadoramente.

Ese mecanismo que cerrado da la impresión de estrechez, y una vez abierto es el cielo con el arco iris revoloteando, es obra de Walter. Él lo construyó. Otro símbolo más de fusión que solo el amor verdadero, exento de egoísmos, soberbia y vanaglorias vanas consigue manifestarse en plenitud.

Ver a Amparo sentada frente a su paleta de colores, encontrando en su imaginación la idea que ya trae arrullada de desvelos y amaneceres anticipados, es indescriptible.  Sus ojos refulgen y su rostro se ilumina con un haz que solamente lo enciende la pasión.

DIOS Y GIRARDOT

Para Amparo Dios lo es todo.  Es a Él a quien pide direccionamiento cuando debe tomar una decisión.  Y «siempre tratamos de mostrar a los demás lo que Dios nos ha dado.  No es tanto hablar, sino que se vea en nosotros».

Walter expresa que «Dios es lo más grande, lo más maravilloso que nos ha podido pasar en nuestra vida. Pues es nuestro creador».

Piensa que ser cristiano « […] es utilizar el manual que tenemos que es la Biblia, para perfeccionar nuestra vida y estar trabajando día a día en ella, para ser mejores seres humanos, mejores personas.  Poder dar lo que Dios nos da».

Amparo tiene algo importante que decir.  En contraposición de la primera impresión que experimentó cuando supo que tenían que radicarse en Girardot, después de los años, las dificultades, las amistades y los logros alcanzados, la pregunta inicial, « ¿qué voy a hacer en un pueblito como Girardot?», hoy tiene respuesta: « Y, ¡oh sorpresa! ¡Dios es tan perfecto!, que sí teníamos mucho qué hacer acá. Y acá el Señor nos ha brindado lo que mucha gente dice que Girardot no da.  Pues a nosotros si nos ha dado; nos ha dado estabilidad, nos ha dado alegrías, nos ha dado muchas personas con mucho carisma y mucha amabilidad, mucha gracia. ¡Nos ha dado una tierra muy hermosa! Que afuera no se aprecia, pero aquí estando ya, sí la apreciamos. ¡Y nos volvimos girardoteños!».