Identidades
Un museo perdido en la montaña
Motivados por los hallazgos e imbuidos por la leyenda diabólica del “666”, el 6 de junio de 2006 se programó una visita de campo con los estudiantes de grados superiores a la Piedra del Diablo; ocho kilómetros adentro de Buscavida. Como si estuviera viviendo la experiencia, Gustavo exclama “¡Oh sorpresa, que empiezo a descubrir arte rupestre sobre la piedra; eso fue de gran impacto!” Empezó aquí su misión de investigar y enseñar “qué significaban esa serie de signos y petroglifos”.

El último tramo para llegar a la Institución Educativa Departamental Busca Vida lo hicimos recorriendo el lecho de la quebrada Apauta. Allí hay una gran historia enterrada en un bohío de ocho metros de diámetro construido por la misma comunidad estudiantil con materiales autóctonos (bahareque, palmicha y guadua).
Historia contada por espíritus que habitaron hace miles de años estas comarcas, entregando a los nuevos moradores, los de la vereda Buscavida, en el municipio de Guataquí, pruebas y vestigios de su ancestral existencia.
EL DESCUBRIDOR
Gustavo Ávila Lizcano llegó a Girardot con sus dos padres campesinos en los años sesenta, escogiendo como “patria chica”, el barrio Kennedy, al norte de la ciudad.
Graduado como licenciado en Ciencias Sociales y especializado en Educación para la Participación Comunitaria, en el 2004 se le presenta la oportunidad de trabajar en un rincón lejano de Guataquí. La vereda Buscavida.
Familiarizándose con su entorno halla «una serie de fósiles que están en un rincón y algunos fragmentos de cerámica que han encontrado los habitantes de la zona».
Tenía frente a él las evidencias más contundentes de la existencia de culturas milenarias en ese sector cundinamarqués. Es cuando «(…) empiezo a indagar sobre el origen de estos fósiles y de estos fragmentos».
Estaba próximo a crear junto con los estudiantes, padres de familia y compañeros de trabajo el «Museo Paleontológico y Arqueológico de Buscavida».
LA PIEDRA DEL DIABLO
Cómo imaginar que en un lugar en donde la vegetación se aferra por fe a la vida, exista un museo con muestras arqueológicas recolectadas por niñas y niños campesinos.
El museo nació a raíz del «bloque de búsqueda» que se conformó haciendo que los hallazgos fortuitos se repitieran con más frecuencia, mientras que familias enteras entregaban todas sus muestras arqueológicas y paleontológicas al colegio.
Motivados por los hallazgos e imbuidos por la leyenda diabólica del «666», el 6 de junio de 2006 se programó una visita de campo con los estudiantes de grados superiores a la Piedra del Diablo; ocho kilómetros adentro de Buscavida. Como si estuviera viviendo la experiencia, Gustavo exclama «¡Oh sorpresa, que empiezo a descubrir arte rupestre sobre la piedra; eso fue de gran impacto!». Empezó aquí su misión de investigar y enseñar «qué significaban esa serie de signos y petroglifos».
Luego sucedió otro hallazgo importante producto de la insaciable curiosidad de algunos estudiantes. Él recuerda que «los chicos redescubren una serie de petroglifos que por sus condiciones los catalogamos como únicos en la zona y que comparten algunas características similares con otros del país y del mundo, como son los espirales».
Hoy pueden contarse más de 300 piezas o fragmentos custodiados en el museo de Buscavida. Muchas de ellas incompletas posiblemente porque guaqueros en busca de El Dorado, cincuenta o sesenta años atrás, las dejaron en la superficie y el ganado que transitó posteriormente las trituró. De ese rezago se pudo recuperar hace doce años una vasija también resguardada en el museo.
Encantados mágicamente por el número de muestras precolombinas rescatadas, presentan ante la Secretaría de Educación de Cundinamarca un proyecto para lograr construir el museo que hoy cuida celosamente una parte de la Historia de la vereda Buscavida.
PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD
A finales del 2006 comienzan a invitar a «personas y grupos que sabíamos iban a compartir ese mismo interés por conocer el patrimonio cultural de la zona»; con la cercanía a Nariño invitaron a residentes en condominios para que conocieran otra alternativa que les ofrecía el sector Nariño-Guataquí.
Consolidado el museo y expuesto al público, empiezan a participar en eventos organizados por la Secretaría de Educación Departamental exhibiendo muestras representativas en La Mesa, Agua de Dios, Bogotá y Zipaquirá.
Lo que se abría ante los ojos de los que entendían lo que sucedía, como Gustavo Ávila, era «una oportunidad para enfrentar esos procesos de globalización, a partir del fortalecimiento de recursos propios naturales en la zona, que son el fortalecimiento de lo local».
EL VISITANTE INESPERADO
Transcurría, posiblemente sin sobresaltos, el año 2013. Un día de aquellos que se van desgastando entre los recodos del camino, el canto empolvado de las aves y los buses envejecidos que demoran su retorno como buques anclados a su pesar, ocurrió un hecho inesperado.
Un campesino del sector, en su diario trasegar por la vereda, percibió que algo extrañamente humano se asomaba a la vera de la quebrada; pero el miedo no invadió su razonamiento. Con los conocimientos básicos que Gustavo Ávila les había inculcado con la ayuda de sus estudiantes, el campesino afortunado entendió que el paso a seguir era informar al «bloque de búsqueda»; a aquellos que recogían piedritas, vasijas y lascas.
Una vez llega Gustavo con sus escuderos, descubren a dos kilómetros de la desembocadura de la quebrada Apauta, «restos humanos, al parecer de un indígena».
«Luego de haber traído los restos, con los estudiantes empezamos entonces a armarlo, de acuerdo a algunos dibujos propios de textos […] conseguimos la urna, introdujimos los huesos, el armazón […]» recuerda Ávila, con la mirada alerta que le permite ver más allá de lo evidente.
Aprovechando la presencia de antropólogos que se encontraban por esa época adelantando obras en el sector, y de otros que llegaron posteriormente, lograron determinar «algunos referentes», no concluyentes en su generalidad.
Por ejemplo, no se ha establecido el sexo porque falta una parte de la pelvis. Algo similar ha ocurrido con la edad de la osamenta; no se ha datado con Carbono 14, ni con otro procedimiento. No obstante, hay condiciones particulares que alientan a indagar más sobre los restos. Gustavo destaca que «no le sacamos la tierra del cráneo […] está totalmente lleno con la tierra con la que fue enterrado […]».
Hace una pausa para llenarse de aire, para arriesgarse a decir que son «restos humanos, al parecer de un indígena. ¿Por qué decimos que un indígena? Primero, porque estaba en una urna funeraria, en vasijas de barro […] Segundo, observamos que en su cráneo tiene una deformación en el occipital y en el frontal […] es completamente plano; lo que indica que en su juventud […] le colocaron tablillas y su cráneo tomó esta forma».
Advierte al final, que nada lo ha hecho con el fin de fomentar la guaquería. En este caso puntual su interés fue salvaguardar una osamenta que puede tener cientos o miles de años de antigüedad. Antigüedad que aguarda dormida el descubrimiento de su identidad.
ESCASEZ DE DINERO Y VOLUNTADES
Pero esta historia no puede ser diferente a otras en Colombia. Favorecidos gracias a un proyecto que resultó ganador, que sería financiado por impuestos a la telefonía celular, fueron bajados del tren por la lentitud de quienes debían gestionar los recursos.
Orgulloso del logro, Gustavo pasa muy rápidamente a la decepción. «Se van perdiendo esas oportunidades […] porque ya es una tarea que corresponde a los alcaldes, concejales […]».
Son doce años en los que los habitantes de Buscavida ven perder la oportunidad de potenciar el trabajo del profe Gustavo y sus coequiperos. No alcanzan a imaginar cómo mejoraría la calidad de vida si se promoviera el turismo ecológico, arqueológico, entre otros.
Pero Gustavo es conscientes de que “hay que hacer una serie de mejoras; sabemos que si queremos hacer turismo hay que ofrecer unas garantías, una calidad en la prestación del servicio.”
Se necesita una suma de voluntades y la convicción de quienes confían y entienden del proyecto, para hacerlo crecer, aprovechando lo que los antepasados les dejaron como herencia predestinada.
Lo que más esperan es no ser olvidados como piezas arqueológicas invaluables pero inservibles. Próximamente la Historia nos contará.