Identidades

En espera del perdón

Haciendo referencia del libro «La piedra de los aburridos», apuntes del leprocomio de Contratación, en el departamento de Santander, ella recuerda que cuando un enfermo de lepra tenía un hijo, que se presumía sano, era arrancado de sus brazos para internarlo en una sala cuna. Posteriormente era entregado en adopción, preferiblemente a europeos. Igual que en Agua de Dios.

En espera del perdón

En medio de la catarsis en la que Colombia intenta salir de sus pesadillas firmando acuerdos de paz y promoviendo actos de perdón, hay una vieja deuda con Agua de Dios, sus moradores y la historia que los nutre.

Puede decirse que desde 1870 inició otra clase de violencia y segregación; a la que fueron sometidos los enfermos de lepra «arrojados violentamente de Tocaima», como lo recuerda Rocío Barrera Olarte, funcionaria del albergue Ospina Pérez, haciendo alusión al libro «Apuntamientos para la historia de Agua de Dios», de Antonio Gutiérrez Pérez; uno de los primeros enfermos que llegó en 1870 y que escribió parte de lo ocurrido desde esa fecha hasta 1920.

Se reconoce la fundación de Agua de Dios el 10 de agosto de 1870, «día en que llegaron los enfermos que fueron arrojados de Tocaima, que se vinieron a pie, cruzaron el río Bogotá, llegaron aquí al bosque de Los Chorros».

ROMPIENDO EL JURAMENTO DE HIPÓCRATES

El periodista Jaime Molina Garzón, residente en este municipio cundinamarqués, recuerda cómo el médico tenía que romper su juramento de Hipócrates cuando «presumía que era portador del bacilo de Hansen» alguno de sus pacientes.

La policía detenía al enfermo, iban a su casa, «muchas veces quemaban hasta la casa, porque el estigma era tremendo», alcanzando en  algunas ocasiones a familiares y vecinos.

Era llevado a la Estación de la Sabana y lo embarcaban hasta Tocaima «en un tren especial pintado de blanco con una cruz roja».   Allí lo bajaban, llevándolo al Puente de los Suspiros. Y continúa Jaime Molina diciendo «Ahí desaparecía el enfermo de los familiares.  Hasta ahí lo podían acompañar».

EL PUENTE DE LOS SUSPIROS Y LA CASA DE LA DESINFECCIÓN

Los abuelos cuentan que los enfermos llegaban con sus familiares hasta el Puente de los Suspiros.  Allí era la despedida definitiva y el desmembramiento familiar, como lo califica doña María Teresa Rincón, coordinadora del único archivo histórico sobre la lepra que hay en el mundo, como ella así lo destaca.

Seguían a la Casa de la Desinfección, hoy derruida.  Los desinfectaban y bañaban.  Recuerda Rocío que todo se desinfectaba con un aparato llamado autoclave; hasta las cartas «salían achicharradas» del vaho caliente que expelía.

Y como la Historia no tiene el mismo valor para todos, asevera Rocío, este aparato fue vendido como chatarra en una de las administraciones pasadas.

SIN DERECHOS

Enfermedad y destierro llegaban juntos. Y con este último la pérdida de los derechos civiles y políticos.

En el leprocomio la cédula de ciudadanía era reemplazada por un carné que según Rocío tenía doble finalidad: «[...] primero, los identificaba aquí, y segundo, si ellos se escapaban, ese documento ni les iba a servir y los delataba».

Se acuñó una moneda que suplantó a la nacional; se le llamó «coscoja» que significaba «poca cosa».  Con valor solo en el lazareto. Como si fuera poco los enfermos no podían testar ni heredar.

Para casarse con una persona sana tenía que hacerlo a escondidas, lejos del lazareto.  Tampoco podían vivir en unión libre porque, señala Rocío, la Iglesia católica lo prohibía.

Haciendo referencia del libro «La piedra de los aburridos», apuntes del leprocomio de Contratación, en el departamento de Santander, ella rememora que cuando un enfermo de lepra tenía un hijo, que se presumía sano, era arrancado de sus brazos para internarlo en una sala cuna.  Posteriormente era entregado en adopción, preferiblemente a europeos.  Igual que en Agua de Dios.

EL ALAMBRADO

Reseña don Jaime que una comisión de médicos llegó al leprocomio de Agua de Dios y determinó que existían quejas de que los enfermos estaban saliendo hacia Peñalisa (hoy municipio de Ricaurte).  

Decidieron entonces encerrar parte del municipio con alambre de púa; finales de 1800 y comienzos de 1900. 

Sin evidencias fotográficas, don Jaime Molina toma como referencia la descripción que hace Antonio Gutiérrez Pérez en su libro.  Describe Molina que «era una cerca de alambre entre trece y quince hileras de alambre [sic] separadas por quince centímetros».

Cada salida del pueblo estaba custodiada por agentes sanos de la Policía Nacional y dentro de él policías enfermos.  Adicional a esta vigilancia existían puntos de control y retenes que convertían el lugar en una celda gigante inexpugnable.

El gobierno había decidido entonces que los enfermos no salieran del leprocomio y que los sanos no entraran a visitarlos, aunque fueran pocos los que lo deseaban.  Anota enfáticamente Jaime Molina.

Digo, fue el acto más vergonzante e inhumano contra los enfermos de Hansen.

LOS LEPROCOMIOS

Los lazaretos, los mismos leprosarios o leprocomios, remontan su historia a las sagradas escrituras.

Algunos estudiosos sobre el tema afirman que la palabra «lazareto» tiene una relación directa con el «mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, lleno de llagas (…)». Lucas 16:20 (RVR 1960).

Se especula que las llagas que padecía Lázaro eran propiciadas por la lepra.  Enfermedad, que, por cierto, aparece relacionada en la Biblia en varias ocasiones. Hay una sentencia premonitoria en Levítico 13:45-46 (RVR 1960): «Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! /Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro y habitará solo; fuera del campamento será su morada».

¡Y efectivamente fuera de sus viviendas los arrojaron!

La Historia registra la construcción del Hospital de San Lázaro en el siglo XVII en la ciudad de Cartagena.  Pero una vez construido el fuerte de San Felipe de Barajas se consideró imprudente e improcedente su permanencia en ese lugar, dada su cercanía con los integrantes de la milicia.

Se decidió entonces que la isla Tierra Bomba, sector del Caño del Oro, sería el primer leprocomio del país.

No solamente pesó la cercanía al fuerte militar lo que obligó a su traslado.  También la cantidad de enfermos de Hansen que fueron llegando al centro hospitalario incidió para que las autoridades decidieran la salida, recuerda Jaime Molina.

Pero el lugar fue bombardeado en 1950.  «Cuando entraban los buques ahí por el canal decían “¿y eso qué es lo que hay allá?” y les decían “esa es la isla de los leprosos”, entonces, ¡claro, eso al gobierno no le convenía y desbarató eso!, y se los trajo.  Se los trajo para Contratación y para acá para Agua de Diosۛ», relata Jaime, explicando el bombardeo que el gobierno nacional ordenó sobre ese sector del Caribe colombiano.

En segundo lugar, se encuentra Contratación, municipio en el departamento del Santander, que en 1906 fue declarado «Corregimiento destinado para el reclusorio para enfermos de lepra», por el presidente Rafael Reyes.

«Es un pueblito que queda a siete horas en carro de Bucaramanga.  Al pie de la serranía de los Yariguíes, al pie de la región del Opón.  Es un pueblo que ha manejado una temperatura muy de lluvia y muchos enfermos se escapaban de allá para venirse acá (Agua de Dios).  Y se llamó Contratación por el hecho de que los comerciantes compraban y vendían quina», anota Rocío Barrera, quien es de ese sector del país.

Puede decirse que el corregimiento de Caño del Oro, en Cartagena; Contratación en Santander y Agua de Dios en Cundinamarca, son los tres reconocidos leprocomios de Colombia.

UNA HISTORIA QUE EXIGE PERDÓN

María Teresa Rincón, responsable del Archivo Central Histórico de Agua de Dios y quien dirige el Museo Médico de la Lepra, manifiesta que «El Sanatorio de Agua de Dios ha enfocado la exposición del Museo Médico de la Lepra específicamente a la situación y la condición de violación de Derechos Humanos».

Basada en los documentos históricos que datan de 1870 hasta 1963, enumeró los atropellos a los que fueron sometidos los enfermos de lepra por parte de los médicos y el Estado.

Por todos los abusos, vejámenes y exageraciones cometidas en contra de la dignidad humana de los enfermos de Hansen, lo que se pretende es responsabilizar a la comunidad médica y al Estado colombiano, advierte la coordinadora del sanatorio.

No encuentra explicación para que aun se continúe con la estigmatización del enfermo de lepra y que no se le reconozca «que es un ser humano común y corriente que tiene derechos y que el Estado tiene deberes con él».

Y no se lo explica, aduce, porque «la enfermedad no es contagiosa en las condiciones que se piensa; que por venir a Agua de Dios no se va a enfermar de lepra […] que no se transmite sexualmente, que no se muere de lepra […]».

De regreso a Girardot, mientras avizoro un verano recalcitrante dibujado sobre el horizonte, entiendo con profunda melancolía que el camino que nos falta por recorrer para poder hablar de perdón y de reconciliación es incierto, por no decir utópico.