Columnistas
¡Pan y rosas!

«Parecen hombres, son casi hombres, pero son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran a los hijos son los varones». Aristóteles
Así pensaba en el siglo IV a. C. En la antigua Grecia cuna de la civilización humana; donde el papel de la mujer se equiparaba a las funciones que tenían los esclavos en la sociedad.
Sin olvidar la posición de la Iglesia Católica (1917) que en su Código de Derecho Canónico consideró a la mujer, desde su punto de vista, como un niño o deficiente mental apoyado en los pensamientos de San Pablo y Thomas de Aquino. La Biblia dictaba que se debía apartar a la mujer que menstrúe por siete días y cualquiera que la tocara sería impuro prohibiéndosele comulgar.
En el siglo IX el obispo Teodolfo de Orleans prohibió que las mujeres asistieran a las Iglesias porque «las mujeres deben recordar su enfermedad y la inferioridad de sexo; por lo tanto, debe tener miedo de tocar cualquier cosa sagrada que esté en el ministerio de la iglesia».
Desde el nacimiento de la raza humana la mujer ha tenido que vivir sometida a la desigualdad frente al hombre, por ser considerada como débil frente a la percepción que tiene la sociedad machista y misógina. Que ve amenazado el estatu quo que ha mantenido en complicidad de la misma mujer, que acepta estas viejas tradiciones de sometimiento en contra de ellas como un mecanismo de poder para ser la administradora del poder en la familia, a la cual se le debe rendir respeto y admiración. La sumisión la relegó a ser la esclavista de ella misma.
No ha sido nada fácil la lucha que muchas mujeres han tenido que dar ofrendando su vida para lograr que sus derechos sean reconocidos, con las primeras escaramuzas a nivel laboral al darse cuenta de la importancia que tenía su mano de obra. Decidieron unirse para reclamar sus derechos, fue así como en 1853 en Manchester (Inglaterra), las trabajadoras del taller del algodón de Preston organizan una huelga que duró ocho meses con 21 000 mujeres que se tomaron las calles, pero que después de tanto tiempo de protesta el hambre las derrota, con dos tercios de las huelguistas niñas de 13 años.
En marzo 8 de 1857 nuevamente se levantan en huelga cansadas de 16 horas de jornada de trabajo, las malas condiciones y los bajos salarios, las trabajadoras deciden salir a protestar en las calles, en donde fueron violentamente asesinadas por la fuerza policial de Nueva York. Ciento veinte mujeres que ofrecieron sus vidas por la lucha de sus derechos, sobreviviendo su eslogan «Panes y Rosas», donde el pan representa la seguridad laboral, mientras las rosas el bienestar de un trato igualitario que les brindará tiempo para compartir con sus familias.
Pero el triunfo de sus huelgas y protestas les costó la vida a 146 mujeres que murieron quemadas, asfixiadas por el humo, o por suicidio, ya que para escapar de las llamas se arrojaron de los pisos octavo, noveno y décimo cayendo en pica al pavimento, el 25 de marzo de 1911 en la fábrica de camisas Cotton en Nueva York. Al ser encerradas por los dueños para obligarlas a trabajar; la mujer con más edad que murió tenía 43 años, la de menor edad, 13 años.
Así nació el movimiento de Panes y Rosas que fue el propulsor de una lucha que han emprendido muchas mujeres en busca de la igualdad en todos los ámbitos de la vida.
Mujeres, sólo me queda recomendarles que piensen si en su vida tienen Pan y Rosas también. Si después de tantos años de luchas por la igualdad de las mujeres frente al hombre, ustedes están cumpliendo con ese grano de arena que deben aportar todas en la construcción de una sociedad más igualitaria, sin prejuicios donde el valor del ser humano se mida de igual manera para todos sin distinción de raza, sexo, idioma.
Tienen que dar un paso hacia el futuro y romper con todas esas cadenas sentimentales, sociales y morales que las obligan a permanecer inertes frente al maltrato y abuso que se cometen contra ustedes. El paradigma de una sociedad desigual no va a desaparecer si ustedes no cambian ese modelo. Recuerden que son las madres que educan a sus hijos, y si cambian ese modelo opresor se puede dar un cambio, para que en un futuro cercano de celebración no se diga más: “Queremos Panes pero Rosas también. Se diría: ¡tenemos panes y rosas también!”.
*Las opiniones plasmadas por los columnistas en ningún momento reflejan o comprometen la línea editorial ni el pensamiento de Plus Publicación.