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Una sierva de Cristo entre los girardoteños
En un alto desde donde se avizora un pedazo del septuagenario puente Mariano Ospina Pérez, obligado a continuar vigilante ver bajar las aguas del Magdalena rumbo a su desembocadura, se asoma hace 98 años un hogar fundado para salvaguardar niñas en estado de vulnerabilidad.
El destino algunas veces puede ser mordaz y sorprendente, como en este caso; el barrio en donde se ubica la edificación lleva por nombre Ciudad Perdida. Como advirtiéndole a sus primeras moradoras y fundadora las penurias y bregas que tendrían que asumir para, no solo iniciar, sino mantener una obra humanista de semejante magnitud.
Aquí hay una gran historia, que como una constante inexplicable en Girardot, por lo general son los foráneos, los extranjeros, los venidos de otros parajes los que terminan amando esta tierra y entregando sus esfuerzos para abonar en un territorio que se resiste al progreso y al desarrollo de sus gentes, por la misma gente.
Una historia que la empieza a escribir la hermana Margarita Fonseca Silvestre (1884-1945), no en Girardot, sino en su Bogotá de nacimiento, cuando desde los 11 años se interesa por catequizar y enseñar a niños y adultos que no sabían leer. Con esta vocación de servicio comunitario ingresa a los 16 años a hacer su noviciado en el claustro La Enseñanza, en la capital de la república. Exactamente en 1900.
Debido a problemas de salud, una coxalgia en el fémur izquierdo y un desvío de 1.5 centímetros en la columna vertebral, a los trece meses de haber ingresado debe retirarse para ser atendida con cuidados especiales.
Transcurrido un tiempo, y ante los poco alentadores diagnósticos de los médicos, la hermana Margarita, como aferrada a un milagro, se encuentra curada. De ese mal momento le acompaña para caminar un zapato alto, que no fue el impedimento para acompañar a sus padres a practicar la caridad en el barrio Egipto de Bogotá.
Ya en ese momento, asida a su inagotable fe, se dedica a la catequesis y al apostolado social. Mencionar cada una de sus batallas con las que se hizo a donaciones importantes de terrenos para levantar en ellos casas, albergues, orfanatos, dormitorios para desamparados y mujeres de baja extracción social sería interminable.
Precisamente fue con la creación de un hogar para niñas desamparadas que se inicia la grandiosa obra del Hogar de la Sagrada Familia, perteneciente hoy a la congregación Siervas de Cristo Sacerdote, que nació en 1918, años después de finalizada la Guerra de los Mil días.
Nuevamente aquejada por una enfermedad, esta vez una afección cardiaca, el médico le recomienda vivir un tiempo en una ciudad de tierra caliente. Decide entonces que Girardot será el destino para su recuperación.
Es el 22 de agosto de 1926 que abre sus puertas el Hogar de la Sagrada Familia en Girardot, en el mismo sitio en el que se encuentra actualmente, carrera 9° con calle 7°.
Desde el alto de su entrada principal se observan en hilera, sobre la margen izquierda de la calle, los puestos de venta de pescado; mientras que en la oficina de la hermana Miriam Libreros, actual directora del Hogar, entra sigilosa pero agresivamente el olor ácido y pesado del agua sangre que se escurre entre las viejas grietas de la carretera y las vísceras del pescado que encuentran su cementerio en los rincones y las esquinas de este pedazo de ciudad perdida.
En abril de 1927 se inauguró la capilla del Hogar, la misma que se encuentra en el inventario del patrimonio arquitectónico de Girardot. Una sencilla y deslumbrante reliquia que recoge la brisa del Río Grande de la Magdalena, esperando paciente volver a arropar a aquellas almas ávidas de esperanza y fe que la necesiten.
Hay un dato interesante de la hermana Margarita; ella prefería escribir sus epístolas en poesía. Hay extensos textos, sobre todo cartas que comparte con las hermanas de la congregación, en las que los versos son el acicate para narrar la realidad que vivía en esta, no menos agotadora tierra caliente de ahora. Así lo describió en una de sus cartas:
«Yo aquí, tostándome hasta la médula,
Al sol espléndido de Girardot.
De esa magnífica casa de huérfanas,
Espero impávida su posesión».
Podrían escribirse numerosos libros sobre la hermana Margarita, sus batallas y logros; sus angustias y esperanzas; sus desvelos e inquietudes, sus quebrantos de salud. Pero, principalmente sobre cada persona, mujer, niño, anciano, que encontraron y encuentran una salvaguarda para su vida, o al menos, la esperanza para recuperar la fe y la dignidad como seres humanos.
Hoy la hermana Margarita es Sierva de Dios, lo que quiere decir que se ha iniciado su proceso de canonización. Para llegar allí, debe pasar por Venerable y Beatificación, para posteriormente declararse Santa.
«La hija de Girardot», como han sugerido varias personas que se debe llamar, es tan desconocida en el municipio como el mismo Hogar de la Sagrada Familia que ella fundó.
A nuestra historia, la de la ciudad de las exacacias, de tanto mirar hacia los dos puentes, ancianos abandonados a su suerte; o a su río Magdalena homenajeado sin fin, pero poco respetado, se le ha mutilado, negando la posibilidad de construir alrededor de ella, y tal vez, quién sabe, sentirse orgullosos de ser girardoteños.
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