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Girardot decide entre la reconstrucción o el colapso
Montones de momentos dolorosos precedidos de promesas gloriosas es lo que ha padecido Girardot desde hace varios cuatrienios, en una espiral que aturde y confunde al elector, al punto, como sucedió en las elecciones para la alcaldía de 2019, que la mayoría eligió al que después fuera ganador, no por sus calidades, cualidades y capacidades, sino porque rechazaban la posibilidad de que un exalcalde sub-judice volviera a entronizarse. Pero, irónicamente, el haber escogido votar en contra del investigado penalmente y a favor del no virtuoso, logró un efecto contrario: elegir tan mal, que hoy muchos girardoteños están convencidos de que fue peor el remedio que la enfermedad.
Cada cuatro años, terminado un gobierno, queda la sensación de que las tareas más importantes están pendientes o inconclusas. Pero esto no significa madurez política, al contrario, como el agraviado retorna sumiso a su pareja infiel, el elector vuelve y cae porque prefiere el presentimiento, la corazonada, la dádiva, el mendrugo, en cambio del buen juicio para analizar a cada uno de los candidatos y a sus coequiperos, terminando postrados ante el muro de los lamentos porque, «me equivoqué votando» por fulanito.
Aquí me quiero detener un poco. No siempre una mala decisión significa una equivocación del elector; hablo de los votos de opinión y de buena fe, y no de aquellos que se depositan, no a favor del candidato elegido, sino en contra de su ciudad o territorio.
Me explico. Quien vota a conciencia, luego de analizar cuidadosamente a cada uno de los aspirantes, y falla, no puede decir que se equivocó, fue engañado. Porque nadie sabe qué hay en el corazón de cada uno de los que aspira a llegar al quinto piso de ese esperpento horrible, sucio y maloliente que le llaman, no sé por qué, el Palacio Municipal de la casi ciudad.
Pero volvamos. Esta ha sido una de las campañas más prolongadas de la historia, que recuerde. Se va a completar un año de intrigas, evasivas, calumnias, groserías, retos, traiciones, agresiones, que a un día de elecciones empeoran convirtiendo el debate en una indeseable cloaca que demuestra la poca altura política que ha tenido este.
Cada uno vota por quien le parezca o le convenga, aunque esto último no debería ser. Pero, de cualquier manera, cada uno debe tener claridad de la precaria situación fiscal, institucional, administrativa y moral en la que se entrega Girardot este 31 de diciembre.
Así como la alcaldesa o alcalde elegido no puede eludir responsabilidades acusando haber recibido una olla raspada, porque saben desde hace tiempo de la deuda pública con la que Girardot finalizará el 2023, tampoco el elector.
No pueden ignorar la urgente creación de empleos dignos; el rescate del Reinado Nacional del Turismo; qué hacer con la actualización catastral; el atraso en la recuperación de la malla vial; la obligación de afrontar la terminación de la obra del Parque Lineal del Sol de $10 000 millones en figuras; la recuperación física de las Instituciones Educativas que se desmoronan como merengues, con la baja calidad en la educación como fresa del postre; la real reestructuración del Instituto Municipal de Turismo, Cultura y Fomento en todo sentido; la refacción del estadio y escenarios deportivos; las estrategias para disminuir a su mínima expresión los hechos de sicariato y narcotráfico; la recuperación de la moral administrativa y confianza en las instituciones municipales; la adjudicación acertada y transparente del Programa de Alimentación Escolar (PAE); la puesta en cintura a los comerciantes formales, no a los ambulantes, para que le devuelvan a los girardoteños los andenes y las vías, es decir el espacio público; despercudir la cara de las instalaciones de la Administración, que desde el antro enfrente del parque Bolívar, pasando por las dependencias de Desarrollo Económico, entorno del Coliseo Martha Catalina, la Casa de la Cultura, por nombrar algunos, son vulgares muladares que reflejan inequívocamente cuatro años de absoluto abandono.
Hay que salir a votar, por quien deseen, pero entendiendo que la casi ciudad no soporta cuatro años más de desgobierno. Cada uno será responsable de lo que ocurra con Girardot después del primero de enero del 2024; nada de seguir disculpándose detrás de otros cargos o personas, llámese como se llame, hay una responsabilidad suprema intrínseca dentro del derecho a elegir y ser elegido. Los colombianos, y más los girardoteños por el momento que vive su casi ciudad, deben entender que los derechos conllevan obligaciones. Y la obligación en este momento es ser responsable con el voto; se reconstruye a Girardot o colapsa.
No se entiende como miles de girardoteños sin posibilidad de sacar a sus hijos de esta casi ciudad, por su situación económica, que son la mayoría, eligen irresponsablemente abonar el terreno con miseria, en donde obligatoriamente tendrán que vivir sus hijos, sus nietos y bisnietos. ¿Por qué empeñarse en heredarles más pobreza que la que el mismo infortunio les ha entregado?
Salga a votar, y si se equivoca, que sea de buena fe.
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